21 Las formas del tiempo
Para un museo, las metas son ambiciosas, tanto en términos de contenido como de valores e ideales. La narrativa del Museo del Mañana se propone presentar la infinita variedad del Universo, recorrer las bases de la vida y revelar el momento que estamos viviendo. Más aún, pretende inspirar una reflexión y hacer un llamado para que construyamos un futuro a partir de nuestras opciones para el mañana que queremos. ¿Qué espacio físico estaría a la altura de abrigar un emprendimiento como este? Y ¿cómo asegurarnos de que un mensaje de tal complejidad sea presentado de tal modo que cautive al público? Para hacer frente a ese reto, tanto la arquitectura como la museografía participantes del proyecto evitaron soluciones usuales y ya conocidas, prefiriendo caminos innovadores. Al hacerlo, el nuevo museo carioca se sumó a una serie de instituciones que, en el inicio del siglo XXI, han promovido en todo el mundo una verdadera revolución en las concepciones museológicas hasta entonces predominantes. El Museo del Mañana es un escenario privilegiado para los que deseen vivir ese debate y ponerse al corriente de los últimos capítulos de esta aventura científica, educacional y artística.
Liderando iniciativas innovadoras como el Museo de la Lengua Portuguesa, el Museo del Fútbol, el Palacio del “Frevo” y el Museo de Arte de Río (MAR), la Fundación Roberto Marinho acumuló una experiencia preciosa abriendo espacio en el país para un linaje de museos que buscan establecer de forma diferenciada su relación con los visitantes. Enfocando ese objetivo, los proyectos han buscado armonizar los tres pilares sobre los cuales se asienta la génesis de un museo: la arquitectura, la curaduría y la museografía. La invitación del Ayuntamiento de Río a la Fundación Roberto Marinho para ocupar el área del muelle de la plaza Mauá con el Museo del Mañana representó un reto diverso, porque, al contrario del Museo de la Lengua Portuguesa o del propio Museo de Arte de Río (MAR), no se trataba más de ocupar una construcción existente o de adaptarla, sino que, en cierto sentido, se trataba de volver a empezar. Y ese primer paso fue dado por el alcalde Eduardo Paes al sugerir el nombre del arquitecto Santiago Calatrava para concebir la estructura que abrigaría al nuevo museo.
Las negociaciones entre la Fundación y el arquitecto representaron el primer gesto de integración de los diferentes aspectos que compondrían el perfil del nuevo museo. Otro momento importante fue la invitación que recibió la Fundación Roberto Marinho para visitar el escritorio de la Fundación Ralph Appelbaum Associates, con sede en Nueva York, para definir y contratar la concepción museográfica. Su fundador, responsable de proyectos inspiradores como el Museo del Holocausto, en Washington, y de la renovación del Museo Americano de Historia Natural, promovió en las dos últimas décadas una profunda transformación en el ámbito de creación de museos y concepción de exposiciones, desarrollando trabajos en los cinco continentes, en países tan diferentes como Estados Unidos y Nigeria, Noruega y China. La determinación de proponerle al visitante la inmersión en determinado tema, siempre apoyada en una narrativa, es la característica que tienen en común todos los proyectos de ese escritorio galardonado, que ya había colaborado con la Fundación en el Museo de la Lengua Portuguesa. También en el Museo del Mañana prevalecería ese mismo objetivo: evocar una idea básica por medio de una historia, contada, no apenas a través del lenguaje, sino también a través de experiencias sensoriales sobre el tema.
Santiago Calatrava, responsable del vértice de la arquitectura en ese diálogo triangular con el contenido y la museografía, demostró sensibilidad y respeto por el paisaje y por la historia de la ciudad al insertar su proyecto en la zona portuaria. “Cuando quedó claro que iríamos intervenir en esa área, lo primero que deberíamos tener en cuenta era el hecho de que ya existían allí aquellos edificios”, dice el arquitecto aludiendo al Monasterio de San Benito, declarado por Unesco Patrimonio de la Humanidad en 2014, y al edificio del antiguo periódico “A Noite”, en la plaza Mauá: “Decidimos establecer una altura máxima para el museo de 15 m para que no obstruyese la visión de esas construcciones a partir del mar”. La situación del monasterio en el paisaje lleva al arquitecto a referirse a Lisboa. “Para mí, él ejerce un papel semejante al del Monasterio de los Jerónimos: era una imagen imponente que se veía al llegar por el mar. Nuestro museo es bajo y permite esa visión”, dice él, comentando la altura del edificio, que atiende una determinación del Instituto del Patrimonio Histórico Nacional.
El diálogo y la armonización con las construcciones del entorno una preocupación suya no surgieron por imitación, sino por contraste. Fue ese el caso, de acuerdo con él, del Monasterio de San Benito. Durante una entrevista, retira de su carpeta uno de sus cuadernos son millares, todos debidamente archivados por la esposa en la sede de su estudio y comienza a trazar un dibujo a lápiz. Con movimientos ágiles, esboza la silueta del cerro de San Benito, los trazos gruesos sugiriendo una masa pesada y bruta. A partir del cerro, las líneas trazadas por él levantan las formas rectas e imponentes del monasterio.
El arquitecto explica que, para el Museo del Mañana quiso hacer un edificio “que se proyectase en el futuro”. Y al explicar su esbozo del monasterio, comenta el vínculo del edificio histórico con el pasado: “Si nos detenemos para analizar, veremos al Monasterio de San Benito seguramente así: primeramente el cerro, antes de haber cualquier construcción, sería una gran piedra. Entonces el edificio del monasterio emerge como si estuviera saliendo de aquella roca, como si fuese parte de ella. Además, está construido también con piedras. Podríamos pensarlo, entonces, como perteneciente a un género de arquitectura, una arquitectura mineral”.
Su proyecto del Museo del Mañana, por lo tanto, es visto por él como un contrapunto a esa característica. “Delante de esa tipología, de algo salido de la roca, decidimos adoptar algo diferente, algo que, de tan ligero, dé la impresión que pretende volar. Si aquella arquitectura es mineral, la nuestra es aérea”. Calatrava observa que la cobertura del museo comporta una estructura metálica, una forma que nos hace pensar en alas que se mueven de acuerdo con la posición del Sol para captar la energía solar.
El hecho destaca otro aspecto de la contraposición trabajada por él. “El primer tipo de arquitectura el del monasterio es estático y transmite una idea de perennidad. Nuestro proyecto, con esos elementos móviles, pretende pasar la noción de algo dinámico, cambiante, ligero. Todo eso es importante para comprender esa contraposición” La suma de las calidades enumeradas por él casi equivale a un manifiesto. “Creo que la arquitectura a partir de ahora acabará siguiendo ese camino, buscando una naturaleza, quizá, atmosférica, asumiendo el carácter de un organismo vivo”.
El proyecto del Museo del Mañana dio, de acuerdo con él, un paso adelante en la evolución de su estilo. “De cierta forma revela un esfuerzo para renovar mi vocabulario. Hasta entonces trabajaba basándome en formas asociadas a la figura humana”, explica Calatrava, mientras traza en su bloc las líneas de un cuerpo de mujer.
Decidimos adoptar algo diferente, algo que, de tan ligero, dé la impresión que pretende volar.
Conocido por hacer decenas, a veces centenas, de acuarelas antes de encontrar la solución que se aplicará a un nuevo proyecto, el arquitecto vislumbró la posibilidad de un camino diferente durante una visita al Jardín Botánico de Río de Janeiro antes de comenzar a dibujar el Museo del Mañana, en 2010. Al observar algunas flores de la familia Bromeliaceae, típicas de la Mata Atlántica, se sintió intrigado con la complejidad de su forma. Era el primer paso que lo llevaría a cambiar el modelo del cuerpo humano por el de una planta. Trabajadas en una nueva serie de acuarelas, sus impresiones serían poco a poco digeridas y decantadas hasta transformarse en la semilla del proyecto del Museo del Mañana. “Aquello me influenció”, cuenta el arquitecto. “Hace una referencia clara al mundo de las plantas, al crecimiento orgánico. Como ocurre con mis esculturas, ese proyecto transmite un sentido de crecimiento. Esa serie de ritmos elementales tienen algo de las plantas”.
Calatrava es el primero que admite que el impacto, en términos plásticos, ejercido por su proyecto tiene algo de una escultura. En Río para una última visita a la obra del Museo del Mañana antes de su inauguración, el arquitecto aún estaba entusiasmado con la exposición al aire libre, en aquel verano, de siete enormes esculturas suyas en Park Avenue, en Nueva York grandes estructuras metálicas, algunas en colores vivos. “En las esculturas me expreso más libremente porque son creaciones plásticas. En la arquitectura, el proceso es, evidentemente, mucho más desafiador. Es una escultura que precisa ser funcional como museo”.
La experiencia acumulada por el arquitecto durante los últimos años, con un portfolio de grandes proyectos en países como España, Bélgica, Estados Unidos y China, confirmó su convicción en los poderes transformadores de la arquitectura en las ciudades en que ella se inserta. “Las grandes obras públicas son capaces de cambiar las ciudades, creando nuevos puntos espaciales de referencia. Pero no se trata apenas de crear edificios icónicos”, destaca.
Esa nueva forma de concebir los museos lleva a la creación de un ambiente en el cual innumerables recursos desde la iluminación a la media audiovisual, del apelo a los sentidos a la arquitectura interior se emplean con el objetivo de crear vivencias para los visitantes sobre determinado contenido o información.
Es significativo el hecho de que en esas experiencias los museos hayan desempeñado un papel de destaque. Entre los muchos proyectos de impacto firmados por Calatrava están el Milwaukee Art Museum, en Estados Unidos, y la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en Valencia, España, concluida en 2009. “Es necesario entender que esos proyectos no deben ser vistos aisladamente, sino en función de la ciudad. Los museos en particular, que viven un renacimiento hace algunos años, además de centros de irradiación de cultura ejercen el papel de mitos urbanos un poco como las grandes estaciones de tren de las capitales europeas en el siglo XIX que son capaces de transformar la urbe”.
De acuerdo con Calatrava, la experiencia de Valencia proyecto en el cual trabajó por cerca de veinte años es especialmente ilustrativa a ese respeto. “Creo que hemos conseguido realizar ese objetivo con el “Palau de las Artes” de Valencia, localizado en uno de los puntos hasta entonces más descuidados de la ciudad, en una zona próxima al puerto, de carácter posindustrial, en un sector obsoleto y degradado. El área es hoy uno de los lugares más visibles, más procurados para vivir. No apenas se ha transformado el paisaje urbano, sino que se creó también una nueva referencia para las personas y para la ciudad. Su imagen se transformó un poco para los visitantes y para los propios habitantes”
En el caso de Río, el indicio más evidente de esa transformación quizá sea el desaparecimiento del viaducto de la Perimetral del paisaje carioca. “Para mí, una de las mayores satisfacciones fue el reconocimiento de que la antigua Perimetral era obsoleta. Con su supresión, conseguimos recuperar la articulación entre los dos ejes, la avenida Río Branco y la plaza Mauá, con su monumento. Se creó un vínculo genuinamente urbano”, dice él, llamando la atención para la doble fila de árboles que corren a lo largo del museo.
Los viaductos de ese tipo, solución muy en boga en los años 1960 y 1970, no son un problema apenas en Río, observa, recordando aquel que marca el paisaje del Bronx, en Nueva York. “Allí ellos producen un impacto brutal en las personas que llegan a la ciudad. Aquí en Río esa cuestión fue resuelta con mucha elegancia. Y, creo, que se trata de un trabajo pionero”, elogia, observando que la ausencia de algo, un espacio libre, el vacío, también tiene su significado en un proyecto arquitectónico o en un trazado urbano. “Como dicen los compositores, el silencio también forma parte de la música”.
Muchos recursos técnicos de ingeniería fueron puestos al servicio de la construcción, que, aunque es compleja, abriga un espacio que tiene algo de elemental: “El museo posee una planta muy arquetípica. Es casi una nave de catedral, abierta de los dos lados. Uso la imagen de la catedral no tanto por la atmósfera que se pretende crear en su interior, sino por la naturaleza de cierto tipo de edificio, de esos que pueden durar mil años, porque siguen parámetros muy elementales, sirviendo y adaptándose a múltiples funciones”.
La concepción y la apertura del Museo del Mañana ponen a Brasil en sintonía con una tendencia emergente en el escenario cultural mundial. Las recientes transformaciones por las cuales están pasando los museos internacionales tienen en Ralph Appelbaum su portavoz más representativo. Los museos tradicionales acabaron consolidando una fórmula con la cual varias generaciones se familiarizaron. Escalinatas imponentes, columnas clásicas y un zaguán central bajo una gran cúpula recibían visitantes en galerías en las cuales eran exhibidas colecciones de objetos, generalmente protegidos en cajas de vidrio. “Pero un ala o galería ni siempre se relacionaba con la siguiente. En ellas los visitantes solo eran observadores”, dice Appelbaum, para quien “museos deberían considerarse no como meros portales abiertos, sino que deben pensarse a sí mismos en su relación con los visitantes”. Animado por esa visión, se hizo conocido por su esfuerzo de mostrar en cada museo la idea básica, la narrativa que es capaz de dar unidad al conjunto de experiencias y contenidos proporcionados al público.
Para él, esa nueva forma de concebir los museos trae implícita la creación de un ambiente en el cual innumerables recursos desde la iluminación a la media audiovisual, del apelo a los sentidos a la arquitectura interior se emplean con el objetivo de crear vivencias para el visitante sobre determinado contenido o información. En ellos, el público sería estimulado no apenas a pensar, sino también a sentir; a servirse tanto de la razón como de la emoción. Los resultados se han revelado estimulantes en un mundo en que es cada vez más discutible trazar fronteras rígidas entre el entretenimiento y la educación. Las “grandes ideas” destinadas a sostener esas narrativas también transcienden el plano simplemente estético o pedagógico. De acuerdo con Appelbaum, los museos actuales “son, esencialmente, construcciones éticas”.
Fue suya la idea de determinar un ritmo para la narrativa propuesta para el Museo del Mañana, que se pautaría entre sístoles y diástoles, configurada por el modelo sugerido por una partitura musical. Esa intención básica se mantuvo durante las transformaciones por las cuales pasó la propuesta a lo largo de casi cinco años de preparación. Hasta la finalización del proceso prevaleció la concepción museográfica que ocupa la nave del edificio desdoblándose a lo largo de momentos de una misma narrativa. “Quisimos así evitar la lógica de un corredor, en el cual el visitante apenas avanza por salas expositivas, de un espacio para el otro”, explica Deca Farroco, gerente del proyecto.
Fue incumbencia del director de creación Andres Clerici conjuntamente con el equipo de curadores y museólogos, además de Vasco Caldeira, de Artifício Arquitetura e Exposições el reto de precisar con claridad la idea central del museo y aplicar concretamente esos principios generales al contenido de cada uno de los momentos en los cuales se divide la narración. Con experiencia de trabajar con lo que llama de “museos de ideas”, Clerici explica que, en un momento inicial, desempeña un papel que tiene algo de psicólogo y casi de médium al cuestionar al equipo de curadores y especialistas para descubrir, colectivamente, cual es la idea central que orientará al museo: “ ¿Cuál es la narración? ¿Qué se desea contar? Queremos transmitir ideas por medio de historias que incluyan al público en la discusión de determinados temas”. En el caso del Museo del Mañana, su narración puede ser sintetizada a través de la convicción de que llegamos a un momento único y singular de la civilización humana. El Antropoceno es una condición creada por nosotros. Nada más podrá ser como antes, pero el mañana que vendrá está siendo creado por nosotros ahora.
Definida la narración, faltaba saber cómo contar esa historia; encontrar la forma apropiada para transmitir ese contenido. Las ideas esenciales deben ser pasadas principalmente mediante vivencias en determinado espacio físico, siempre de una forma envolvente para el visitante. Son, en total, cerca de cincuenta experiencias ofrecidas, todas concatenadas y distribuidas a lo largo de las cinco áreas básicas, representando las grandes preguntas que la humanidad siempre se formuló. ¿De dónde vinimos? ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Para dónde vamos? ¿Cómo queremos ir?, o sea, qué vida queremos construir? El objetivo es que el público tenga vivencias y explore esa secuencia de preguntas, todas relacionadas con diferentes conceptos y contenidos y representando determinadas figuras de tiempo.
De acuerdo con la visión de Andres Clerici, el mayor riesgo del proyecto del museo sería caer en la “trampa” de una visión “futurista”. En el esfuerzo para transformar contenidos en experiencias, se busca evitar una visión que, aunque creada hoy, pareciese desfasada en pocos años. Buscando soluciones que resistiesen bien al paso del tiempo, la dirección artística prefirió las formas “clásicas” que, por ser elementales, no envejeciesen.
La primera experiencia del visitante del museo, por ejemplo, tiene como centro la figura de un gran huevo negro, representando la idea de origen y de pertenencia al Universo. Una forma simple e intemporal, que sobrevive bien al paso del tiempo. Siguiendo esa línea, se utilizaron cuadrados, cubos, formas geométricas elementales, que siempre serán reconocidas. Además del huevo negro que simboliza nuestros orígenes, son ejemplos de esas formas simples y concisas, pero plenas de significado, los tres grandes cubos de 7 m cada uno, las Cajas del Conocimiento, que concentran informaciones sobre el planeta, la vida o la cultura. Ya en el momento dedicado al Mañana, se optó después de abandonar otras posibilidades, como la de una plaza por la forma de un origami, que presenta los contenidos de diferentes áreas de forma integrada.
Aún en relación al mundo de las formas, la museografía estableció un sentido para avanzar de lo sólido y cerrado rumbo a lo abierto y abstracto. “El huevo presente al comenzar la visita es una forma sólida. Ya la choza es abierta; no tiene techo, ni es cerrada”, explica Clerici. Instalada en el último momento de la narración, ofrece un espacio para que las personas piensen en su mañana. Al hacerlo, el ambiente estimula una nueva noción de pertenencia: no en el sentido de pertenecer a una ciudad o a un país, sino al Universo. La choza encarna una forma intemporal, como los tótems, también presentes en la exposición. Lo importante, para el director de creación, es que el visitante no vea todo eso desde afuera, como se estuviese viendo un filme, sino como parte de sí mismo. De esa forma se han configurado momentos que tienen algo de teatral.
Teatro, participación, vivencias... Un vocabulario que expresa la enorme gama de recursos a disposición de los artistas, teóricos y técnicos que repiensan los museos de hoy. Evitando el falso dilema que obliga a optar entre razón y sentimiento, reflexión y emoción, tanto la museografía como la arquitectura del Museo del Mañana parecen determinadas en una misma medida a asombrarnos y a hacernos pensar.
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