ANTROPOCENO

10 Viviendo en el Antropoceno: incertidumbres,
riesgos y
oportunidades

En una entrevista concedida en 2005, cuando tenía 96 años, el antropólogo Claude Lévi-Strauss, de la Academia Francesa, realizó una observación que permite captar de forma muy concreta la dramática singularidad del momento histórico que estamos viviendo. Indagado sobre el futuro de la humanidad, respondió: _____________ Estamos en un mundo al cual ya no pertenezco. El que conocí, el que amé, tenía 2,5 millardos de habitantes. El mundo actual tiene 6 millardos de seres humanos. Y el de mañana, poblado por 9 millardos de hombres y mujeres ­ aunque sea el pico de la población, como nos aseguran para consolarnos ­, me prohíbe hacer cualquier previsión. [1].

La perspicacia de Lévi-Strauss va más allá de la nostalgia que se podría esperar de un hombre de edad que se lamenta sobre el presente al confrontarlo con los buenos tiempos de su juventud. No se trata, tampoco, de un discurso nostálgico genérico, que sería adecuado en diferentes momentos de la historia. En su visión, el antropólogo señala una cuestión mucho más profunda: en el período de su vida, de la vida de un único individuo, el mundo cambió de forma radical y continuará cambiando durante las próximas décadas. La velocidad y la escala de las transformaciones son tan intensas que cualquier intento de previsión está marcado por la incertidumbre. De hecho, estamos viviendo una época radicalmente diferente de todo lo que el ser humano vivió hasta aquí.

El tamaño de la población es apenas una de las variables que deben considerarse en ese contexto, a pesar de ser muy significativa. La marca de 1 millardo de habitantes fue alcanzada globalmente alrededor de 1810, después de cerca de 200 mil años de historia de nuestra especie, con el surgimiento del llamado Homo Sapiens. Aumentó para 3 millardos en 1950. Ese fue el mundo en que Lévi-Strauss vivió y el cual amó plenamente. En 2005, momento de la entrevista, la población avanzaba célere de la marca de 6 para 7 millardos (entre 2000 y 2010), con previsiones de alcanzar 9 millardos en 2050 y después, posiblemente, se estabilice en ese nivel (siendo que algunos analistas explican la posibilidad de que existan 12 millardos de personas alrededor del año 2100) [2].

Pero es necesario, como fue dicho anteriormente, considerar otras variables. La población no existe en el vacío, sino en el contexto de espacios geográficos, sistemas económicos y tecnológicos, instituciones, culturas. El mundo que Lévi-Strauss amó, siempre tomando 1950 como marco, tenía cerca de 40 millones de vehículos motorizados, la población urbana era aproximadamente de 30% y el número de ciudades con más de 1 millón de habitantes era 76. Actualmente, la cantidad de vehículos aumentó para más de 1 millardo, el porcentaje de la población urbana está en 54% y 417 ciudades tienen más de 1 millón de habitantes[3].

Es importante observar las consecuencias sistémicas de las nuevas escalas de la vida humana en el planeta. La producción y circulación de vehículos, por ejemplo, consume grandes cantidades de acero, zinc, plomo, goma, aluminio y petróleo. El metabolismo de las grandes ciudades ­ que constantemente interactúan en términos materiales y de informaciones, con extensos espacios no urbanos de agricultura, exploración forestal, minería ­ exige un consumo colosal de agua, hierro, madera y otros recursos renovables y no renovables. Los residuos producidos en las áreas urbanas, por otro lado, incluyendo enormes cantidades de plástico, papel, desechos orgánicos y sustancias químicas, retornan para los ecosistemas del planeta, cobrando su precio en términos de degradación ecológica. En general, el establecimiento de una civilización urbano-industrial en escala global requiere la renovación cotidiana de gigantescos flujos de materia y energía. Flujos que no pueden cesar, porque su interrupción, aunque fuera momentánea, generaría una sucesión de crisis de diferentes grados de complejidad.

A partir de la década de 1970, se comenzó a hablar con más intensidad de la multiplicación de “problemas ambientales” en diferentes regiones del planeta (contaminaciones, accidentes industriales, deforestaciones, erosión de paisajes). [4]. Hoy está claro que tales problemas no deben ser entendidos como disfunciones o accidentes aislados. Representan síntomas o señales de algo mucho más profundo: estamos viviendo una nueva fase de la historia, un cambio en el nivel de la presencia humana en la Tierra. El crecimiento explosivo de la población, que nos llevó al nivel de 7 millardos de personas, con proyección actual de 10 millardos a mediados del siglo XXI, es una realidad histórico-social que tiene poco más de doscientos años.

Estamos viviendo una nueva fase de la historia, un cambio en el nivel de presencia humana en la Tierra. El crecimiento explosivo de la población, que nos llevó al nivel de 7 millardos de personas, con proyección actual de 10 millardos a mediados del siglo XXI, es una realidad histórico-social de poco más de doscientos años.

La idea de “Antropoceno” ­ difundida desde el inicio del presente siglo por Paul Crutzen (Premio Nobel de Química, 1995) ­ se está transformando en el principal instrumento conceptual para comprender ese cambio histórico. En un artículo publicado en 2000 en el boletín de la red científica denominada “International Geosphere-Biosphere Programme”, en colaboración con Eugene F. Stoermer, Crutzen afirmó que el Antropoceno es una “nueva época geológica” que enfatiza el históricamente reciente “papel central de la humanidad en la geología y en la ecología”. [5] En otras palabras, el término puede ser entendido como la época en que la especie humana deja de ser un animal como otro cualquiera, que vive de la apropiación de una fracción relativamente pequeña de los flujos naturales de materia y energía existentes en el planeta, y pasa a ser un agente geológico global. A partir del cambio de nivel aludido, la presencia humana pasó a impactar el “Sistema Tierra” como un todo, sobre todo la atmósfera, la biosfera (el conjunto de los seres vivos), el ciclo de las aguas y algunos ciclos biogeoquímicos en escala planetaria (como los ciclos del nitrógeno, del fósforo y del azufre).

Es importante situar el surgimiento del Antropoceno en los cuadros de una visión global en gran escala de la historia humana. Una cronología que abarca esa visión ha sido propuesta por historiadores como John McNeill[6], para quien esa nueva época tiene tres etapas.

La primera va desde 1800 a 1945, con la formación de la era industrial. La base energética para esa gran transformación, que continúa siendo ampliamente dominante en el presente, fue la expansión maciza del uso de combustibles fósiles (especialmente carbón y petróleo). Por ese motivo algunos estudiosos denominan ese nuevo momento de la historia como “Era Fosilista”. La extracción de combustibles fósiles localizados en el interior de la Tierra permitió una enorme expansión de las fuerzas productivas, promoviendo un crecimiento simultáneo y de intensidad inédita de la población, de las estructuras urbano-industriales y del consumo de los recursos naturales. Desde el año 1800, cuando el sistema industrial comenzó a expandirse más allá de Inglaterra, hasta el año 2000, la producción económica global aumentó cincuenta veces y el consumo de energía, cuarenta veces.

Fue el uso de los combustibles fósiles, de hecho, que permitió romper las escalas que antes delimitaban el espacio de la presencia humana en el planeta. El crecimiento de la población humana en la Tierra, por lo tanto, no puede ser visto como un proceso regular, homogéneo y meramente acumulativo, o sea, como un proceso apenas biológico. Pasó por rupturas radicales que están relacionadas con fuertes cambios en los planos socioeconómico, tecnológico y cultural.

Es importante demarcar, sin embargo, una segunda fase en el Antropoceno, que comienza alrededor de 1945 y que aún está en plena vigencia. Está siendo denominada “la gran aceleración”. Esa fase fue gestada en el contexto pos-segunda Guerra Mundial, cuando la disponibilidad de petróleo abundante y barato ­ asociada con la ascensión de los productores árabes ­ fue determinante para difundir tecnologías innovadoras. El proceso tuvo como consecuencia la explosión del consumo de masa (automóviles, teléfonos, televisores). Posteriormente, nuevas ondas tecnológicas continuaron contribuyendo a ampliar aún más el consumo en gran escala, como en el caso de las computadoras y de los teléfonos celulares. Algunos de los indicadores de esa “gran aceleración” ya fueron discutidos anteriormente, porque manifiestan exactamente el pasaje del mundo que Lévi-Strauss amó para el mundo donde él no se reconocía más.

En relación a la historia de la era industrial o fosilista, cuyas bases estructurales continúan vigentes, la fase de la “gran aceleración” debe ser destacada por la enorme expansión cuantitativa de la producción y del consumo (y el consecuente cambio cualitativo de la presencia humana en la Tierra). La imagen es como la de un ventarrón transformado en un huracán: los vientos de las revoluciones industriales ­ que a su vez ya representaban un gran cambio en relación a los patrones preindustriales de producción y consumo ­ se transformaron en ráfagas capaces de multiplicar radicalmente las consecuencias socioambientales de la acción humana. La concentración de CO2 en la atmósfera es un claro indicador de ese cambio de ritmo del Antropoceno: el crecimiento fue relativamente modesto entre 1900 y 1957, pasando de 297 para 316 ppm (partes por millón). ¡En 2010, sin embargo, ya había aumentado para 395 ppm![7]

Una visión sintética de ese cambio de nivel ocurrido a mediados del siglo XX está representada en el siguiente cuadro de consumo global de energía entre 1850 y 2009. [8] Se puede observar el extraordinario avance en el consumo de energía a partir de 1950, producido, principalmente, por la explosión del uso del petróleo y por la utilización de nuevas fuentes importantes (como la energía nuclear y el crecimiento del uso de la hidroelectricidad). Pero es importante observar que, en el contexto de la “gran aceleración”, otras fuentes que fueron muy importante en el pasado ­ como la biomasa en el mundo preindustrial y el carbón mineral en los procesos de industrialización del siglo XIX ­ continuaron presentando un crecimiento notable en su consumo a lo largo del siglo XX.

HISTÓRICO DEL CONSUMO DE ENERGÍA POR FUENTES EN EL MUNDO [9] Renovable Nuclear Gas Petróleo Carbón Biomasa Motor a Vapor Motor Eléctrico Motor a Gasolina Tubo de Vacío | Válvula termoiónica Aviación Comercial y Televisión Energía Nuclear Microchip

Delante de ese conjunto radical de cambios, ¿qué retos se presentan para el futuro de la humanidad en el tiempo del Antropoceno? En ese punto comienza la tercera fase, que podría ser llamada de “Antropoceno consciente de sí mismo”. Sería el momento en que la opinión pública global, en el contexto del propio surgimiento del concepto, pudiese reconocer que hubo un cambio en la escala de la presencia humana en el planeta. El reconocimiento de los riesgos inherentes a ese cambio ­ que se manifiestan, por ejemplo, en las potenciales consecuencias dramáticas del calentamiento global y de la pérdida de la biodiversidad ­ demandaría un debate consciente sobre nuestro futuro. Sería necesario reflexionar colectivamente sobre la nueva responsabilidad ética de los seres humanos, al mismo tiempo en que se buscan los caminos posibles para la sostenibilidad y el desarrollo social en los diferentes contextos socioeconómicos y culturales existentes en el mundo. No existe una salida única y monolítica. El enfrentamiento realista y duradero de la crisis global debe pasar por la coordinación inteligente de una diversidad de estrategias y políticas.

El gran objetivo para el futuro es enfrentar en conjunto la crisis ambiental y la desigualdad social en escala planetaria.

Debemos tener claro, también, que esa tercera fase representa, sobre todo, una voluntad o una posibilidad. En términos concretos, estamos viviendo en plena vigencia de la “gran aceleración”. El volumen total de bienes transportados por los océanos, incluyendo granos, petróleo y minerales, creció de 2,6 millardos de toneladas en 1970 para 9,1 millardos en 2012. [10] Además, debemos tener en cuenta que los riesgos de la “gran aceleración” están cada vez más presentes en el debate internacional, especialmente en el plano ambiental, pero también que es notoria la dificultad para crear e implementar instituciones, leyes y políticas que, de hecho, sean eficaces en la búsqueda de la sostenibilidad. Aun así, aunque esa no sea hoy una realidad dominante, la próxima fase ya está gestándose en los innumerables encuentros, estudios y debates que se multiplican alrededor del planeta en busca de un futuro sostenible. Y también en los incontables conflictos que las comunidades o grupos sociales realizan para enfrentar el avance de la devastación ambiental. Un hecho positivo es que esa movilización no se limita a la resistencia, sino que también promueve una gran cantidad de proyectos y experimentos sociales en pro de formas sostenibles de vida y trabajo.

Finalmente, es necesario reconocer que estamos enfrentando realidades y problemas realmente inéditos. La situación política del nuevo escenario, por ese mismo motivo, aún presenta muchas incertidumbres. Es el caso de las dudas existentes en la comunidad científica internacional sobre el ritmo y las consecuencias biofísicas del calentamiento global ­ aunque la gran mayoría de los científicos reconozca que él existe y que la acción humana tiene un peso importante en su manifestación.

El grande objetivo para el futuro es enfrentar en conjunto la crisis ambiental y la desigualdad social en escala planetaria. Gracias al fuerte avance en la colecta y procesamiento de informaciones, tenemos hoy una radiografía bastante precisa de la realidad desigual de las sociedades humanas. Existen diferentes castas globales en lo que se refiere al consumo de bienes, recursos y energía. Un grupo de 2 millardos de personas con renta muy alta o alta consume anualmente más de 80% de los recursos naturales transformados en bienes económicos, mientras 4 millardos de personas viven en la pobreza y 1 millardo en la miseria.[11] Desatar el nudo de esa desigualdad insostenible, realizando al mismo tiempo las reformas estructurales, tecnológicas y existenciales necesarias para enfrentar la crisis ambiental global, será el enorme reto de las próximas décadas.

Delante de la conjugación de tantas crisis sociales y ambientales que hoy observamos en el mundo, el potencial de caos y desagregación del orden internacional es bastante concreto. Existen, sin embargo, posibilidades y factores nuevos que pueden modificar los términos de la ecuación: uno de ellos es aquel que sociólogos como Anthony Giddens y Ulrich Beck llaman de “modernización reflexiva”.[12] Uno de los puntos esenciales de ese concepto trata del número cada vez mayor de personas alfabetizadas asociado a la velocidad de los medios de comunicación y al establecimiento de innumerables espacios para el confronto de opiniones ­ elementos que han contribuido a la formación de sociedades capaces de discutir cada vez más su presente y su futuro, tanto a nivel internacional como en el interior de cada país y región. Nunca existió un número tan grande de personas habilitadas a leer y a escribir, y con facilidad para procesar informaciones y participar activamente de las discusiones sobre el destino de las sociedades. En nivel global, 82% de la población es considerado capaz de leer y escribir, aunque en gran parte de forma rudimentaria. Entre el millardo de personas más ricas de la humanidad, la tasa de alfabetización llega al nivel de 98%. Sin embargo, para sorpresa de muchos, la alfabetización básica ya alcanza el nivel de 66% en la faja de 1 millardo de personas más pobres. [13]

Ese aumento notable de la circulación de información y de la capacidad humana para incorporarla a su pensamiento y a su acción es uno de los aspectos positivos del contradictorio proceso histórico que dio origen al Antropoceno. Quizá sea también un dato decisivo, además de inédito, para establecer una nueva dinámica política internacional.

El conflicto colectivo de la humanidad con el planeta, aunque diferenciado por clases y regiones, es una realidad nueva y un reto que nos coloca en la encrucijada de nuestra propia historia.

Con los avances en la producción de conocimientos y de tecnologías de almacenamiento y distribución de informaciones, podemos hablar hoy en “humanidad” de una forma mucho más concreta que los primeros filósofos de la modernidad (como Locke, Smith y Marx). Podemos saber, mucho más precisamente, cómo nos distribuimos en el espacio del planeta; dónde están los ricos, los pobres y los miserables; cómo se reparten los medios técnicos y el consumo de energía y materia entre los individuos y las clases sociales. Además, a pesar de todas las incertidumbres, tenemos a disposición un conocimiento mucho más exacto sobre los sistemas ecológicos planetarios y sobre las consecuencias potenciales de nuestras acciones.

El conflicto colectivo de la humanidad con el planeta, aunque diferenciado por clases y regiones, es una realidad nueva y un reto que nos coloca en la encrucijada de nuestra propia historia. En el tiempo en que vivimos ­ y en especial en las próximas décadas ­, precisamos tomar decisiones cruciales para el futuro de nuestra especie. La posibilidad de enfrentar esa tarea de forma consciente puede representar un verdadero salto de calidad para establecer una nueva política, tanto a nivel internacional como en los diferentes países, que se revele digna de los retos éticos que la vida en el Antropoceno presenta a toda la humanidad.

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