NOSOTROS

20 CHOZA DEL
CONOCIMIENTO:
EL MAÑANA
EMPIEZA HOY

Si nuestro museo tiene “Mañana” en el nombre y cada etapa del recorrido está asociada a una figura del tiempo (Siempre, Ayer, Hoy...), ¿por qué debería culminar justamente con “Nosotros?” Es inminente el encuentro entre la primera persona del plural y el futuro. ¿Qué será que el futuro nos presagia de bueno ­ o de malo?

Todos estamos familiarizados con el concepto de una máquina del tiempo. Del romance de H. G. Wells a los filmes de ficción científica, nos acostumbramos a acompañar, fascinados, personajes que son lanzados después de etapas intermedias para un futuro de mil, 5 mil o 1 millón de años hacia adelante. Son de cierta forma catapultados de un ahora presente para un ahora extemporáneo, fuera del tiempo. En esas representaciones, la “nave” en que viajamos generalmente tiene su camino predeterminado para recorrer esa línea recta en la cual, en algún punto, el futuro fue arbitrariamente fijado.

Otras representaciones menos obvias exploran alternativas como, por ejemplo, la opción de hacer desvíos laterales. En vez de seguir en línea recta, nuestro héroe aparece súbitamente allá adelante y ­ otra sorpresa ­ podría regresar, en la contramano del tiempo, saliendo de un ahora-ahora para un ahora ya pasado. Todas esas visiones tienen, sin embargo, algunos trazos en común. En ellas el tiempo es visto generalmente como una figura que se desdobla en el plano del espacio. Además, nuestro aventurero es siempre un héroe individual. Lo que no debería provocar espanto: la humanidad estaría apretada en el asiento de esos vehículos futuristas.

Más que una idea ingenua, accionada por un número mayor o menor de palancas y emprendida por científicos, más o menos despeinados, lo que estimula nuestra imaginación en esas fantasías es una posibilidad fascinante. Posibilidad expandida y muy estudiada por la ciencia a partir del siglo XX, porque hoy concebimos el tiempo de una forma muy diferente. La Teoría de la Relatividad, por ejemplo, trata de curvas del tiempo como se fuesen cerradas, en las cuales marchamos siempre hacia adelante, no hacemos ningún desvío y, sin embargo, de forma paradójica, desembocamos en el punto de partida.

De una forma más compleja que aquella adoptada por nuestro reloj mecánico, lo que está siendo trabajado aquí es la dimensión del mañana, de un ahora aún no vivido, de un ahora puramente conjetural: un tiempo que solo existe en la imaginación.

Poco más de dos siglos atrás un dispositivo extraordinario empezó a adueñarse de nuestras vidas: el reloj mecánico. De cierta forma, también él es una máquina del tiempo, ya que nos permite experimentar cierto tipo de temporalidad. Nos dice, a cada momento, en cuál lugar del camino del tiempo nos encontramos. En un determinado instante estamos en el punto que señala el mediodía, más tarde estaremos en el que marca las dos, algo como dos kilómetros más adelante, de la misma forma que antes estábamos dos kilómetros atrás.

Pero, le falta a esa temporalidad una cierta calidad. Calidad que encontramos, por ejemplo, en un objeto de marfil esculpido, descubierto por arqueólogos en el interior de Francia y producido 30 mil años atrás. Lo que llama la atención en aquel artefacto es su aparente inutilidad. No sirve para golpear, agujerear o cortar, ninguna de aquellas funciones que entenderíamos como esenciales para un habitante del Pleistoceno. Sin embargo, cuidadosa y trabajosamente, se inscribieron en su superficie marcas regulares. ¿Por qué esa acción tan deliberada? ¿Cuál es la función de esas marcas? Estudiosos finalmente percibieron que se trataba de una representación de los ciclos de la Luna. En su reverso se trazaron dibujos elementales: ondulaciones, el contorno de un pez y la forma de una foca. En ese dispositivo extraordinario, regularidades en el tiempo - los ciclos de la Luna y las migraciones de los cardúmenes - están registradas y asociadas con regularidades espaciales. O sea, es un artefacto que convierte tiempo en espacio. Usándolo, el artesano preserva y comparte con la comunidad el conocimiento acumulado a partir de innumerables observaciones sobre las fases de la Luna, las mareas, la estación en que los salmones suben por los ríos trayendo atrás de sí a las focas. De un modo más complejo que el adoptado por el reloj mecánico, lo que está siendo realizado aquí es la idea de un presente aún no vivido, de un tiempo que es todavía, puramente, conjetural: una variedad de posibles porvenires, que solo existen en la imaginación. La dimensión del mañana.

Diversos tipos de “mañanas” estuvieron, hasta poco tiempo atrás, fuera de nuestro campo de percepción, ya que nuestros sentidos solo nos permiten percibir objetos de dimensión media. Lo que era muy diminuto o muy breve; o, al contrario, lo que era muy vasto o muy duradero no estaba en nuestro horizonte. Quedaban excluidas, así, tanto la dimensión microscópica como la superestructural; tanto lo que es efímero, o muy rápido, como lo que es perpetuo, o infinitamente grandioso. Hasta ese entonces era como si estuviésemos observando el mundo por una ventana muy estrecha, dejando fuera de nuestro campo de visión muchas de las modalidades que abarca la palabra “Mañana”. Por ejemplo, gracias a los recursos de la ciencia, convivimos hoy con objetos de duración extrema, que aun recientemente eran ignorados por nosotros.

Vivimos, por lo tanto, un momento singular, sin precedentes, en toda nuestra historia. Como dijo el poeta y ensayista francés Paul Valéry en otro contexto, sobre el choque producido por la gran masacre ocurrida en la Primera Guerra Mundial, “el futuro no es más lo que era”. En verdad, esa frase tiene aún más sentido para nosotros, la primera generación que convive con los nuevos objetos que fueron incluidos en las fronteras de lo que consideramos el mundo: objetos de vasta dimensión, como el calentamiento global. Se trata de un fenómeno que no puede ser aprehendido a través de los sentidos. Sin embargo, nuestros sensores, distribuidos en satélites, son capaces de decirnos que existe un proceso en curso en escala planetaria. Podemos decir lo mismo de la visión del astronauta ruso Yuri Gagarin, cuando compartió con nosotros, la visión ­ inédita ­ de la Tierra observada desde el espacio.

Poseyendo ese nuevo conocimiento, volvemos los ojos para el pasado y vemos que eventos de larga duración, de carácter geológico, tuvieron consecuencias históricas, como la erupción volcánica y el tsunami que ella causó, destruyendo la magnífica civilización cretense e inspirando el mito de Atlántida. La geología actuaba sobre la historia: siempre se insertaba lo excesivo, como inesperado, imprevisto, accidental.

Ahora, nos vemos delante de algo muy diferente. Es la historia que se transforma en geología. Cuando explotamos la primera bomba nuclear, y cuando detonamos las que se siguieron hasta los años 1970, nuestra especie produjo un depósito de materiales radioactivos alrededor de la Tierra que es totalmente artificial y que allí permanecerá por muchos millares de años. Ningún proceso natural sería capaz de realizar ese depósito. Un gesto humano, un artefacto producido por nosotros, tuvo un efecto global. Por lo tanto, el ser humano practicó geología. El tiempo humano, tan breve, fue capaz de alcanzar esas vastas duraciones casi de carácter cósmico.

Entidades como esos depósitos radioactivos, como el calentamiento global o la visión de la Tierra como un sistema integrado, son objetos de gran duración, con los cuales de ahora en adelante tendremos de convivir. Este es nuestro tiempo. Esta es la era de los humanos, del Antropoceno. No viviremos más como nuestros antepasados, sino en un mundo muy diferente, que nosotros mismos construiremos.

La reflexión propuesta por nuestro museo busca demostrar que somos parte integrante del Universo y que la Tierra es un sistema complejo, cuyo equilibrio es fundamental para nuestra sobrevivencia. Y que en este momento estamos delante de un hecho típico de una nueva era: que nuestras acciones ejercen sobre la Tierra un impacto nunca visto. Más aún: que hoy ya es posible percibir varias tendencias en el desarrollo de nuestra especie y en su relación con el planeta señalando diferentes posibilidades y futuros. Delante de estas encrucijadas debemos hacer opciones.

En la última etapa de nuestro recorrido, no le damos énfasis a la información, sino a los valores. Esos están asociados a la forma de cómo queremos vivir: con el mundo, con sostenibilidad; con los otros, en pro de la convivencia. Y es en este espacio que encontramos uno de los pocos objetos físicos del museo, el churinga: un artefacto aborigen australiano cuya función es abrigar el alma de un integrante de la comunidad después da su muerte. Allí permanece hasta que esa alma pueda reencarnar en un niño. Promueve así, de forma simbólica, la conexión entre generaciones pasadas y futuras. Representa el espíritu colectivo, el sentido de pertenencia a un grupo y su propósito de seguir adelante. Pertenencia que para nosotros no se resume más a una pequeña aldea, sino que abarca todo el planeta y toda la humanidad, sellando un compromiso con la sostenibilidad de la vida y con la convivencia pacífica entre los seres humanos. El churinga representa los conocimientos que adquirimos y que pasamos adelante. Es nuestra incumbencia decidir qué hacer con esos conocimientos.

El churinga representa los conocimientos que adquirimos y que pasamos adelante. Es nuestra incumbencia decidir qué hacer con esos conocimientos.

No es por acaso, que ese objeto está colocado en un espacio apropiado para rituales, en un ambiente que invita a la contemplación. Escogimos como escenario para esa reflexión un ambiente inspirado en una choza, una casa del conocimiento indígena, una estructura montada en el lenguaje material de la madera, donde se reúnen los integrantes de una determinada comunidad. Los antiguos narran a las nuevas generaciones los mitos, las leyendas sobre la formación y el surgimiento del pueblo, promoviendo la continuidad entre el pasado y el futuro. La Tierra es nuestra aldea, el mundo es nuestra comunidad. En ese espacio presentamos dos conceptos: el de que, en algún lugar, está amaneciendo, o sea, que en algún lugar ahora es mañana. Y la idea de que el mañana es siempre el mismo y, al mismo tiempo, es siempre diferente.

El último momento de nuestro recorrido en el museo debe corresponder al primer paso del visitante, que está pronto a retornar a su cotidiano. Delante del paisaje familiar de la bahía de Guanabara, puede abrazar otra visión de nuestra especie y de su papel en la construcción de un nuevo protagonista de este futuro, una comunidad planetaria, dispuesta a hacer opciones capaces de modificar la realidad. Este nuevo sujeto somos NOSOTROS y su tiempo es el ahora.

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