ANTROPOCENO

11 El ser humano de todos los tiempos: el imperativo de la sostenibilidad como camino
para un futuro posible

Sigmund Freud cierta vez dijo que la humanidad crece cuando cae del pedestal, cuando la alcanzan sus heridas narcisistas.1 De acuerdo con él, eso sucedió con Galileo Galilei (la Tierra es un pequeño punto entre millardos y millardos de galaxias), con Darwin, (somos parte de la historia de la evolución a través de la selección natural) y con el propio, Freud (el inconsciente nos mueve más que los procesos mentales conscientes).

Stephen Jay Gould, el gran paleontólogo y divulgador de la ciencia en el siglo XX, agregó: “Ahora estamos en el momento de caernos de otro pedestal, con el descubrimiento del tiempo largo”.2 De hecho, la humanidad es muy poderosa en su tiempo corto, pero no tiene ningún poder en el tiempo largo de la naturaleza o en el tiempo larguísimo del Cosmos. En la escala temporal del planeta, de centenas de millones de años, la humanidad es completamente impotente de generar daño significativo a la naturaleza. Para ilustrarlo, basta recordar que hace 65 millones de años, cuando el asteroide cayó en la península de Yucatán, en México, dando el golpe final al proceso de extinción de especies iniciado algunos millones de años antes, generó un impacto muchas y muchas veces superior a todo el arsenal nuclear existente hoy.

Pero esa no fue la única pérdida de biodiversidad en gran escala en la historia: entre las varias existentes, cinco son conocidas como las grandes extinciones. Esta, a la que nos referimos fue la gran extinción del término del Cretácico, 3 famosa por haber sido su principal causa, el asteroide, y también por el conocido fin de los dinosauros ­ exceptuando sus descendentes voladores, las aves. Ahora, si comparamos los poderes destructivos de la humanidad a la gran extinción del fin del Pérmico, por ejemplo, que hace alrededor de 235 millones de años causó el desaparición de 10% de las especies marinas y 70% de los vertebrados terrestres, se nota cómo la fuerza humana es aún más reducida.4

Y si agregamos el hecho de estar en el tope de la cadena alimenticia, se deduce fácilmente cuál sería el desenlace para la humanidad en el caso hipotético de que ella presenciase cualquiera de esos eventos. Aún con todas las fuerzas y poderes de que disponemos hoy, ciertamente, no sobreviviríamos. Así, aunque la humanidad haya desarrollado un ingenuo sentimiento de omnipotencia, gracias al aumento de su poder sobre la naturaleza, en la escala del tiempo largo el Homo Sapiens no tiene fuerza o capacidad para generar un daño notable al planeta. Provocaríamos, como máximo, otra gran extinción, al final de la cual una nueva era, con una nueva biodiversidad, surgiría (se calcula entre 5 y 10 millones de años el tiempo de recuperación de la naturaleza después de cada una de las cinco grandes extinciones).5

La consciencia y la preocupación con el medio ambiente no deberían, por lo tanto, ser vistos como mera consecuencia de una postura paternalista en relación al medio natural, sino, al contrario, como fruto del reconocimiento de nuestra impotencia y dependencia con relación a la casa en la cual vivimos, la Tierra.6

El riesgo de extinción que pesa sobre el futuro se refiere menos a la naturaleza del planeta que a la humanidad.

Si nos preguntamos cuál es la extensión y la profundidad del riesgo a que está sujeta la civilización, la respuesta es limitada: hasta donde es posible saber, no se configura una perspectiva de apocalipsis o catástrofe insuperable. Pero es justamente por no saberse con certeza “hasta donde es posible saber” que no podemos tranquilizarnos.

La incertidumbre debería ser indicación suficiente de que estamos en un camino insostenible para el desarrollo de la especie humana. La evaluación que permitiría entender si el rumbo actual de la humanidad es o no sostenible debería hacerse en el contexto de un análisis de riesgo esencialmente igual al que cada individuo utiliza en su día a día, o igual al que empresarios utilizan al tomar decisiones relacionadas con sus negocios.

La perspectiva de la insostenibilidad se confirmaría no apenas por lo que sabemos, sino, sobre todo, por lo que no sabemos. En su dimensión conocida, las estadísticas demuestran que la crisis ambiental del siglo XXI es evidente. Indicadores sugieren escenarios con fuerte tendencia a la degradación de la capacidad de renovación natural de los servicios fundamentales para mantener la calidad de la vida humana a una velocidad proporcional a la de las tasas previstas para su utilización (clima, agua dulce, suelos fértiles, biodiversidad).

Sin embargo, poco sabemos sobre la liberación de metano que el calentamiento global puede provocar en el suelo congelado de Siberia, conocido como permafrost, donde son inmensos los stocks de ese poderoso gas del efecto invernadero. Tampoco conocemos a fondo la dinámica de los mantos de hielo de Groenlandia y de la Antártida, lo que es determinante para los escenarios de elevación del nivel del mar. También, somos ignorantes sobre la resiliencia del actual equilibrio ecológico y la tasa brutal de extinción de las especies. Como se ve, podemos estar generando procesos irreversibles que traerían consecuencias potencialmente catastróficas para la civilización y para la especie humana. Para cualquier mentalidad racional, el principio de la precaución es imperativo.

Por otro lado, se puede afirmar que el modelo de desarrollo actual es insostenible, porque no apenas desconocemos el verdadero significado del concepto de “desarrollo sostenible” sino porque no sabemos medir la noción de sostenibilidad con precisión. Hay muchos esfuerzos importantes siendo realizados para que nos aproximemos de las mejores medidas de ese concepto. La medida del Producto Interno Bruto (PIB) de los países está bajo implacable crítica por sus grandes fragilidades. La forma insuficiente y equivocada con que los recursos naturales son considerados en las cuentas nacionales es una de las principales razones de esa crítica. La Comisión de Estadística de las Naciones Unidas, también ha promovido, con instituciones nacionales, la elaboración de una familia de indicadores de desarrollo sostenible. Finalmente, muchos indicadores sintéticos y otras formas de evaluar la sostenibilidad del desarrollo actual están siendo perfeccionados.

Por esos motivos, una reflexión profunda sobre la expresión “desarrollo sostenible de la humanidad” es la mayor riqueza que los seres humanos pueden tener hoy en sus mentes y corazones. Nos cabe problematizar esa expresión en todos sus términos ­ humanidad, desarrollo y sostenible ­, ya que el concepto aún suena como una rica incógnita por explorar.

Del término “humanidad” se debe decir que solo existe en abstracto. Lo que existe en la realidad concreta y forma parte de la constitución, incluso genética, del Homo Sapiens son los clanes, las tribus, las naciones. Un hombre que piense, tome decisiones y actúe en función del destino futuro, no del inmediato, de la humanidad ya será un humano diferente, reconstruido por la cultura en relación a los humanos de hoy.

En cuanto al término “desarrollo”, recordemos que la identificación entre ese término y crecimiento económico, evaluado cuantitativamente, fue apenas el producto de una época histórica en fase de superación. La inclusión de objetivos más amplios en la perspectiva humana, como expresado en el Índice de Desarrollo Humano (IDH ­ creado por el Premio Nobel de Economía Amartya Sen), es un gran avance, pero aún no incorpora los retos mayores de la cuestión del desarrollo sostenible.

Finalmente, el significado de “sostenible” va más allá de algo apenas duradero, como el sentido común suele entender, y significa mucho más que el compromiso con las futuras generaciones. Del mismo modo que la consciencia humana, el término “sostenible” se refiere al tiempo, no al tiempo corto ­ el de la especie humana ­, sino a todos los tiempos, incluso al largo ­ el del Cosmos. Y ¿qué distingue a los humanos en la naturaleza sino la consciencia?

La omnipotencia de una humanidad que vive aún su infancia y que desconoce, como sociedad, la existencia de límites, precisaría ser superada. La civilización humana precisaría ser más “consciente”.

Hasta hace poco tiempo, la expectativa de vida de los seres humanos era baja y nuestro impacto ecológico era restricto tanto en lo que se refiere al espacio como al tiempo. En el período anterior a la Revolución Industrial, cuando sucedieron los primeros impactos relevantes de la acción humana sobre el planeta, las consecuencias fueron locales: espacios insalubres, ríos contaminados, el aire de las ciudades contaminado. Con el crecimiento económico, las consecuencias son regionales: toda una cuenca hidrográfica perjudicada, un bioma entero (como la Mata Atlántica) devastado. Cerca de cinco décadas atrás esa escala se alteró y las agresiones ambientales se transformaron en planetarias. Ahora nuestro impacto es global y sus consecuencias se extienden por siglos. Hoy, por tamaña alteración en el paisaje del planeta debida a las acciones humanas, se consagra en ciencia el término Antropoceno para designar la actual era geológica.

Si en los últimos trescientos años hubo un desarrollo extraordinario que aumentó la expectativa de vida, redujo la mortalidad infantil, educó poblaciones, disminuyó la violencia y aumentó mucho el bienestar del ser humano, debemos estar atentos a los numerosos problemas no resueltos: la pobreza de millardos de personas, la enorme desigualdad, la permanencia de innumerables agresiones a los derechos humanos fundamentales, la existencia de países donde no hay libertad democrática y, aún, la permanencia de la discriminación étnica, por orientación sexual o por ideas, incluyendo creencias religiosas o ausencia de creencias.

Hay muchos esfuerzos importantes siendo realizados para que nos aproximemos de mejores medidas de la idea de sostenibilidad. La medida del Producto Interno Bruto (PIB) de los países está bajo implacable crítica por sus grandes fragilidades.

En resumen, en esa balanza en la que se pesan avances extraordinarios y cuestiones fundamentales no resueltas, se agrega, finalmente, el otro tema que estará en el centro de la historia del siglo XXI: la crisis ecológica global y el reto de construir una civilización fundada en el desarrollo sostenible.

Debido al impacto de la crisis ecológica global sobre la economía mundial, principalmente, sobre el bienestar y la libertad de las personas, en especial de las centenas de millones más pobres, vulnerables y sin recursos para defenderse, la especie humana enfrentará retos, durante las próximas dos décadas, que pueden ser considerados inéditos, si tuviéramos en vista los términos del horizonte temporal en que haremos nuestras opciones. ¿Cuántos grados aumentaremos la temperatura media del planeta en el futuro (entre 2 y 5 grados Celsius)?; ¿provocaremos inmensos cambios climáticos?; ¿qué porcentaje (entre 10 y 30%) de las especies vivas en el planeta serán extintas para siempre?

La opción es nuestra y debemos hacerla ahora: seremos una humanidad que permanecerá en la desmedida y en el egoísmo de la “infancia” o ampliaremos nuestra consciencia en el tiempo, generando una revolución del pensamiento como aquella que el Renacimiento representó para la historia.

El concepto de sostenibilidad nos remite así a la necesaria expansión de las fronteras del tiempo, a la ampliación de las categorías temporales con los que solemos considerar a las generaciones del futuro, aun las más distantes. Como observó notablemente el escritor Jean-Claude Carrière, el término “desarrollo” es etimológicamente inequívoco en varias lenguas.7 Desenvolver, no significa apenas “ampliar, crecer”, sino “des (fazer) lo que está envolvido”; o “des (arrollar) lo que está enrollado”; o aún, en francés e inglés, “développer/to develop”, o sea, “des-envelopar”. Se trata, por lo tanto, de un proceso en el cual un potencial que está contenido, preso en determinadas circunstancias de la historia, es libertado. O sea, se trata de un proceso definido por el tiempo.

La opción es nuestra y debemos hacerla ahora: seremos una humanidad que permanecerá en la desmedida y en el egoísmo de la “infancia” o ampliaremos nuestra consciencia en el tiempo, generando una revolución del pensamiento como aquella que el Renacimiento representó para la historia.

Para San Agustín existirían tres tiempos: el tiempo presente de las cosas presentes, el tiempo presente de las cosas pasadas y el tiempo presente de las cosas futuras.8 Nuestra especie debe enfrentar ahora el mayor reto del siglo XXI: construir un ser humano capaz de ser, ver y actuar en todos esos tiempos.

La cuestión del desarrollo sostenible se confunde entonces con la cuestión de la consciencia humana. La pregunta “¿Qué es el desarrollo sostenible?" podría ser leída también en la pregunta “ ¿Quién es el ser humano?”. Y la respuesta dada para la pregunta sobre el desarrollo sostenible podría ser también la respuesta sobre quién será el humano del mañana que el propio ser humano construirá.

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