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UN MUSEO SINGULAR
EN BUSCA DE UN FUTURO PLURAL
- Luiz Alberto Oliveira es físico y curador del Museo del Mañana. Doctor en cosmología, título obtenido en el “Centro Brasileiro de Pesquisas Físicas” (CBPF/MCTI), fue investigador del Instituto de “Cosmologia, Relatividade e Astrofísica" (ICRA-BR) de la misma institución, donde también actuó como profesor de historia y filosofía de la ciencia. Es profesor, conferencista y consultor de diversas instituciones.
Estamos todos familiarizados con la imagen de la línea del tiempo, por lo menos con la que, generalmente, aparece en los libros de historia, en enciclopedias o en revistas. A lo largo de ella desfilan, organizadamente, los grandes acontecimientos y sus personajes más célebres, las invenciones y los genios que las crearon. Por esa línea, recta como la vía de un tren, todo lo que el futuro tiene que hacer es avanzar – inexorable y veloz como una locomotora, ese símbolo convencional del progreso en la imaginación del siglo XIX. Nada más reconfortante que la imagen del futuro como un punto en algún lugar más adelante, inmóvil, esperándonos para transformarse en realidad. Reconfortante – e ilusorio. El tiempo, claro está, no es una línea recta. El futuro tampoco es un punto fijo: en realidad aún no está en ningún lugar. La idea central sobre la cual se basa la narración propuesta por nuestro museo es justamente la de que el mañana es una construcción y de que esa construcción comienza hoy.
El Museo del Mañana también tiene, es verdad, su línea del tiempo, pero el conjunto de experiencias y vivencias que ofrece compone un trayecto tortuoso como la realidad, imprevisible como la vida. La línea de reflexión que proponemos al visitante puede tener muchos diseños, pero no puede ser recta. En las vueltas que da, recorre, sinuosa, el pasado, el presente y más de un futuro posible. Desciende al fondo de los océanos y se eleva hasta las nubes, explorando las transformaciones en nuestro clima; penetra entre materias concretas, como las estructuras del ADN y los circuitos de los dispositivos electrónicos, y también contorna y envuelve entidades inefables, como sentimientos y prejuicios, miedos y esperanzas, emociones y premoniciones.
La visión convencional sobre el tiempo no deja de estar unida a una visión igualmente superada de la ciencia. La revolución científica, desencadenada por las teorizaciones audaces de un Einstein o de un Bohr, tuvo su inicio en el comienzo del siglo XX. Desde entonces, experimentos decisivos y observaciones demoledoras acabaron implosionando los fundamentos de los paradigmas clásicos. A pesar de eso, las consecuencias de esa revolución iniciada hace un siglo, aún no forman parte de la imagen que la mayoría de las personas tiene sobre la ciencia. La visión de una ciencia como un conjunto de verdades acabadas solo poco a poco da lugar a la comprensión de que ella solamente puede aspirar a saberes transitorios, siempre sujetos a la superación y a la renovación. Las respuestas son siempre parciales. Encajar la última pieza del rompecabezas es al mismo tiempo recortar un nuevo conjunto de piezas.
Para proponer una nueva visión sobre el tiempo y el mañana, así como para estimular otra forma de encarar la ciencia, nada más apropiado que un nuevo tipo de museo. El Museo del Mañana fue idealizado como parte y – más que eso – como el ancla de un amplio proyecto de revitalización del área portuaria de Río de Janeiro, el más ambicioso plan de intervención urbanística en los últimos cincuenta años de la ciudad. La propuesta inicial, más modesta, de crear un museo dedicado al tema sostenibilidad, instalado en dos de los antiguos almacenes del puerto, recibió una nueva dimensión con la decisión de encomendar al español Santiago Calatrava un proyecto arquitectónico innovador, que funcionase como un ícono de la renovación que sería vivida por toda el área. La osadía del Museo del Mañana, con todo, no se limita a sus líneas arquitectónicas. Su objetivo es explorar la idea de que el mañana no es una fecha en el calendario, ni una fatalidad, tampoco un lugar al cual vamos a llegar: el mañana está siempre en producción.
OBSERVATORIO DEL MAÑANA
El tiempo, como dijo el poeta, no para. Y nuestro museo tampoco. Como un organismo que pretende estar, no apenas vivo sino alerta, mantendremos constantemente actualizado el conjunto de datos usado para elaborar los diferentes contenidos presentados al público. Sea una nueva foto captada por satélite, o los
números más recientes acerca de la situación del Cerrado, o un nuevo informe de la ONU sobre la población, un sector específico del museo, llamado Observatorio del Mañana, va a recibir y filtrar esos datos para que la exposición permanente exhiba informaciones actualizadas, rigurosas, expuestas con claridad y articuladas entre sí. Los recursos macizos de tecnología de la información, compatibles con las necesidades de un equipo casi totalmente virtual, facilitan la absorción de ese flujo constante de datos, imágenes, gráficos y números producidos por entidades como la Nasa, el “Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais” (Inpe), el Panel Intergubernamental sobre Cambios del Clima (IPCC), el Instituto de Recursos Mundiales (WRI) y cerca de otras ochenta instituciones en todo el mundo, con las cuales el museo mantendrá una colaboración formal y permanente.
Además de administrar esa masa de informaciones que alimentará las experiencias expositivas del museo, el Observatorio del Mañana se destina a otras funciones. Mezcla de centro de ediciones y núcleo de debates, el Observatorio va a repercutir ese contenido, promoviendo la aproximación de diferentes sectores de la academia y de la sociedad para discutir, sobre todo, temas que pertenezcan a dos ejes éticos del museo: sostenibilidad y convivencia.
Los usuarios podrán afiliarse al Observatorio para realizar investigaciones, utilizar los datos por medio de análisis y simulaciones, usar espacios para reuniones y participar, aún a distancia, de los seminarios y ciclos de conferencias realizados en nuestro auditorio.
Inscripto en una tradición reciente de museos experimentales, que apuestan en la interactividad – como en Brasil ya lo hacen el Museo del Fútbol o el Museo de la Lengua Portuguesa, ambos en São Paulo –, él también guarda una afinidad con la generación de museos de ciencia que se difundió por el mundo en las últimas dos o tres décadas. Si la primera generación de museos de ciencia natural trabajaba con un acervo físico, constituido de reliquias, fósiles, fragmentos y artefactos, en un momento siguiente la intención dejó de ser apenas ofrecer información al visitante o aún la mera fruición de un acervo, como sucede en los museos clásicos de bellas artes. Los museos de ciencia se propusieron intentar demostrar de qué modo las cosas funcionaban. ¿Cuáles son las leyes de la naturaleza? ¿Cómo los cuerpos caen? ¿Cómo las corrientes eléctricas encienden lámparas? Museos demostrativos, se proponen presentar los fenómenos y explicar las reglas por las cuáles se desarrollan.
En esa jornada, el Museo del Mañana pretende dar un paso adelante, yendo más allá de la contemplación y de la interactividad. Nuestro objetivo fue crear un museo de ciencia aplicada. Más que mostrar apenas cómo la ciencia funciona, cómo los científicos trabajan, elaboran las leyes, realizan sus descubrimientos, nuestro objetivo es usar los recursos que la ciencia desarrolló en los últimos tiempos para invitar al visitante a explorar caminos posibles para el futuro.
Si los antiguos museos de ciencias naturales eran organizados alrededor de una colección de objetos y especímenes muertos, el acervo esencial del Museo del Mañana está compuesto de posibilidades. Antes, vestigios del pasado; ahora, futuros posibles. En ese sentido, se trata de un museo totalmente original. De su concepto se destacan dos características complementarias. Además de ofrecer una experiencia enteramente inmaterial, que son los mañanas posibles, es también un museo claramente comprometido con una figura del tiempo: la figura del mañana.
Para dar a conocer una ciencia que es un conjunto de saberes transitorios en constante transformación y poder estudiar un mañana compuesto de futuros posibles, es vital que los contenidos del museo sean continuamente actualizados. Sus prospecciones, previsiones y estimativas, en los diferentes campos de la naturaleza y de la actividad humana, serán actualizadas siempre en la perspectiva de los cincuenta años siguientes. Así, por lo tanto, surge la opción de montar un museo enteramente digital, para poder proporcionarle al visitante la vivencia de algo que es inmaterial, algo que está en el campo de los posibles. Con excepción de algunos pocos objetos físicos, todo lo demás en el museo es virtual.
El fundamento conceptual del museo es la comprensión de que el mañana no es el futuro. Porque si el futuro es alguna cosa que estaría allá, que ya estaría allá, el mañana está aquí, y está siempre aconteciendo. Y esa construcción será realizada por el visitante, por las personas, por los ciudadanos, como cariocas, como brasileños, como integrantes de la especie humana.
El objetivo es construir una secuencia de experiencias en las cuales el visitante pueda, poco a poco, ir adquiriendo los medios y los recursos para experimentar las posibilidades del mañana que se abren hoy. Lo que el museo pretende, realmente, es ofrecer una experiencia de causalidades. Para hablar del futuro en otros términos, conviene recorrer no a la línea recta, sino a la imagen del laberinto, tan apreciada por el escritor argentino Jorge Luis Borges. Para el autor del cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”, el laberinto no es una trampa espacial que no lleva a ninguna parte, tiene su unidad fundamental en la encrucijada. Delante de ella, ¿qué caminos tomar? ¿Qué puertas abrir? La elección es imponderable. A cada camino seguido o puerta abierta, el dado del acaso rueda sobre la mesa de la necesidad. Un laberinto es una matriz de futuros.
Para guiarnos en ese laberinto, disponemos de algo más que del simple acaso: la ciencia aplicada nos ofrece recursos para saber que a cada decisión que tomemos corresponderá una consecuencia. Y esta, por su vez, lanzará su sombra sobre nosotros y sobre las próximas generaciones. Si optamos por determinadas acciones, ciertos escenarios serán más probables. Si acciones diferentes se emprenden, otros mañanas serán favorecidos. Nuestra antigua línea recta, tornada sinuosa como un río, a partir de un único “hoy”, se desdobla en cursos menores, formando un delta de mañanas posibles. Es esa la figura que el museo pretende explorar.
Para conseguirlo, elaboramos una narración en diferentes dimensiones. Decidimos que cada uno de los momentos de esa jornada tuviese elementos de museografía, ambientación y recursos específicos. O sea, en un total de cinco áreas, cada una de ellas conformando cierto tipo de vivencia espacial, o de un compartir, de desplazamiento y recorrido. La exposición principal del museo, una jornada compuesta por diferentes etapas, se adapta al espacio concebido por Calatrava, equivalente al de la gran nave de una catedral. Los cinco momentos de esa jornada de la visita coinciden aproximadamente con los ambientes definidos por las conformaciones del techo de la construcción.
Hay dos formas más directas de concebir las etapas de la visita. Una de ellas consiste en asociar las dimensiones a figuras del tiempo. Y la otra, es asociarlas a preguntas. Todos los contenidos del museo, sintetizados en más de cincuenta experiencias diferentes, concatenadas y distribuidas en esas cinco áreas, pretenden presentar grandes preguntas que la humanidad siempre se formuló. La idea es que el visitante explore esa secuencia de preguntas.
En la primera etapa, la cual llamamos “Cosmos”, la pregunta propuesta es “ ¿De dónde vinimos?”. Y la figura del tiempo es “Siempre”. En seguida viene “Tierra”, que busca provocar la cuestión “ ¿Quiénes somos?”, evocando la figura del tiempo “Ayer”. En el espacio que llamamos de “Antropoceno”, la pregunta es “¿Dónde estamos?”, y la unidad temporal es “Hoy”. En el espacio del “Mañana”, procuramos explorar la pregunta “ ¿Para dónde vamos?”. Finalmente, el recorrido termina en el espacio del “Nosotros”, en el cual la pregunta es “¿Cómo queremos ir?”, o sea, ¿con qué valores pretendemos seguir adelante?
Nuestro objetivo es que las personas sean arrebatadas de su vivencia cotidiana, de sus modos habituales de pensar, de sus lugares comunes para experimentar algo que no encuentran en casa, en la calle o en internet. Algo diferente, que van a vivir apenas aquí. Los contenidos son transmitidos a través de experiencias, como una de las ofrecidas en la primera etapa, aquella que gira alrededor de la pregunta “¿De dónde vinimos?”. En ella, el visitante se verá inmerso en la proyección en un domo de 360 grados, recorriendo galaxias, el corazón de los átomos y el interior del Sol. Verá la formación de la Tierra, el desarrollo de la vida y del pensamiento, manifestado por el arte. La idea es que el visitante pueda aprender dimensiones de nuestra existencia natural que no estamos acostumbrados a vivir sin recurrir a instrumentos científicos. De lo micro a lo macro, de las dimensiones astronómicas a las dimensiones subatómicas. Se trata de una experiencia sensorial, poética, motivadora, que nos prepara para ver el Cosmos como una totalidad evolutiva, que nos supera, nos abarca y nos constituye.
DE IRIS AL CEREBRO
Al entrar en el Museo del Mañana, cada visitante recibirá una tarjeta con un chip. Con él podrá identificarse con su correo electrónico y, si quisiera, con su nombre. Al conectarse en uno de los puestos de interacción distribuidos a lo largo de toda la nave principal, estará entrando en contacto con IRIS, un programa que personifica el contenido generado por el conjunto de los consultores que contribuyeron con el museo y que tiene la capacidad de identificar y dialogar con cada uno de los visitantes. Al conectarse, en otra visita al museo, IRIS sabrá, por ejemplo, en cuáles sectores o áreas la persona estuvo la última vez, o de cuáles actividades participó, pudiendo entonces sugerir nuevos recorridos de exploración o indicar contenidos a los que podría acceder en la nueva visita. IRIS también podrá dar informaciones o actualizaciones de datos a los visitantes a través de internet.
IRIS forma parte del sistema del museo, al cual se le dio el nombre de CEREBRO, que es capaz de almacenar, permitir análisis y distribuir la masa de informaciones asociada a los contenidos expuestos. Tiene, entre sus múltiples funciones paralelas, la de registrar los flujos de visita. El software desarrollado permitirá determinar en tiempo real los contenidos que tuvieron más accesos y las características de los visitantes. Es como si de esa forma el museo tuviese la capacidad de acompañar un poco de su propio metabolismo, contando con una imagen de sí mismo en funcionamiento.
El segundo momento es el de la Tierra, asociado a la pregunta “¿Quiénes somos?” y también a la dimensión del “Ayer”. Las experiencias, informaciones y vivencias en ese espacio nos colocarán delante de la constatación de que somos terráqueos. Somos síntesis o combinaciones de materia, vida y pensamiento, representados en esa etapa por tres grandes cubos que comparten esas tres dimensiones y actúan unas sobre las otras. Y la singularidad es que el pensamiento tiene la capacidad de reflexionar sobre sus bases orgánicas, investigar sus soportes materiales, abarcar el propio Cosmos de donde vinimos. Sabemos hoy que somos parte del Cosmos, y exactamente por eso también, él forma parte de nosotros.
Todos los cubos tendrán un contenido externo y otro interno. En Materia, por ejemplo, en el lado externo el visitante tendrá una visión unificada de la Tierra, tal como la vio el astronauta ruso Yuri Gagarin. Ella no estará fragmentada en países o continentes, sino en la perspectiva de un único astro. En esa experiencia, el visitante verá cerca de ciento ochenta fotografías de la Tierra muy ampliadas. Y en el interior del cubo se familiarizará con los diferentes ritmos que marcan el funcionamiento material del planeta. Diferentes flujos bautizados por nosotros, en términos metafóricos, como “océanos”. El movimiento muy lento de las placas tectónicas – de algunos centímetros por año –, el movimiento más rápido delas corrientes marinas, de decenas de kilómetros por hora, el movimiento mucho más veloz de los vientos por los aires y el movimiento rapidísimo de la luz del Sol. Esos cuatro ritmos se asocian para producir uno nuevo, que es el ritmo del clima, de la sucesión de las estaciones.
Seguidamente, tenemos el cubo de la Vida, cuya “piel” remite al soporte bioquímico del código básico que preside la composición y el desarrollo de todos los seres vivos, el ADN; ya el interior presenta la inmensa variedad de organismos, que se relacionan de múltiples modos y se integran formando ecosistemas. Presentaremos el ecosistema de la bahía de Guanabara, donde el museo se localiza, en sus variados estratos, desde la parte alta de la “Serra dos Órgãos” a los manglares de la costa, y también exhibiremos el ecosistema microbiano del cual cada uno de nosotros es portador, y del que depende nuestra salud.
EL tercer, cubo, en fin, presenta la dimensión del Pensamiento. En el exterior, tenemos otro elemento unificador: nuestro sistema nervioso, que es esencialmente el mismo en todos los seres humanos. De esa identidad fundamental resulta la increíble diversidad de las culturas, ilustrada por centenas de imágenes que retratan diferentes aspectos de nuestra vida, sentimientos y acciones – cómo habitamos, celebramos, conflictuamos, pertenecemos.
La etapa siguiente es el momento central: tanto espacialmente, ya que se encuentra en el medio del itinerario, como en términos conceptuales, porque discute nuestra condición y la del planeta. Antropoceno es un término formulado por Paul Crutzen, Premio Nobel de Química de 1995. El prefijo griego “antropo” significa hombre, humano; y el sufijo “ceno” denota las eras geológicas. Este es, por lo tanto, el momento en que nos encontramos: la Era de los Humanos. Aquella en que el Homo Sapiens constata que la civilización se transformó en una fuerza de alcance planetario y de duración y alcance geológico. En un proceso muy rápido, pasamos de pocos millares de individuos, cerca de 70 mil años atrás cuando comenzamos a diseminarnos por el planeta, para 7 millardos de personas. Desde el punto de vista biológico, se trata de un crecimiento equivalente al de una colonia de bacterias: un ritmo extremamente explosivo, en un plazo muy corto. Nos “planetarizamos”: no existe hoy ninguna región que no sea afectada directa o indirectamente por el conjunto de la actividad humana. La pregunta explorada es: “¿Dónde estamos?”, y el tiempo es “Hoy”.
Para marcar físicamente esa conciencia acerca de este “hoy”, erguimos algo como un gran monumento, que tuvo su inspiración en los menhires de Stonehenge, Inglaterra. Con eso queremos llamar la atención para las consecuencias de la actividad humana. Son seis menhires, de diez metros de altura por 3,5 metros de ancho, cubiertos de luz. Fue la forma plástica que encontramos para anunciar, sin dejar dudas: es aquí que nos encontramos, en el Antropoceno. En cuatro de eses menhires tenemos cavernas, donde el visitante puede explorar y buscar más informaciones, más evidencias sobre el cuadro de la “planetarización”, una mayor comprensión que actualmente tenemos sobre ese proceso. Esa es la experiencia central del Museo del Mañana.
Si tenemos en cuenta que en un único siglo modificamos el nivel de sedimentación de todas las cuencas hidrográficas del mundo, en todos los continentes; que modificamos la composición de la atmósfera, porque estamos hace tres siglos consumiendo combustibles fósiles en una especie de incendio continuo; que estamos interfiriendo drásticamente en la distribución de la vida, en los biomas de la Tierra; que estamos modificando los regímenes del clima... Teniendo todo eso en cuenta, los geólogos del futuro que examinen nuestra época encontrarán vestigios y evidencias de que un nuevo agente con alcance planetario afectó a la Tierra en ese período geológico. Ese agente es la humanidad.
Esta es la causa de la fuerza del término Antropoceno: señala que estamos en una nueva era geológica, la era en que la acción humana afecta todos los dominios del planeta. Y, claro está, que afecta la continuidad de la propia humanidad. Es el momento en que las acciones humanas necesariamente traen consecuencias para su propio autor. Eso es característico de cierto tipo de sistema natural, que llamamos sistemas complejos. Su comportamiento es no lineal porque las acciones desencadenadas por ese agente recaen sobre sí mismo y modifican su propia naturaleza.
De ahora en adelante no viviremos más en el planeta en que nuestros ancestrales vivieron. A lo largo de eras enteras, la Tierra estuvo congelada; en otras, estuvo infernalmente caliente. Hubo entonces diversos momentos en que la Tierra fue un ambiente muy poco propicio para albergar una civilización. En los últimos 15 mil años, al contrario, después del último deshielo, la Tierra ha sido un planeta muy acogedor. Con todo, viviremos en un planeta diferente, profundamente modificado por nuestras propias acciones. Esa es la comprensión decisiva que el museo pretende ofrecer a sus visitantes. Esa comprensión, que marca el “Hoy”, va a moldar las alternativas que se encuentran delante de la humanidad.
LENGUAJES PARA TODOS LOS PÚBLICOS
Conseguir que las nuevas generaciones comiencen a repensar su relación con el tiempo y con el planeta es uno de los grandes retos del Museo del Mañana. Los niños, aún aquellos que no están totalmente familiarizados con la escritura, son hoy parte importante del público de los museos en todo el mundo. Trabajando con contenidos de variados niveles de complejidad y sin pretender dejar de lado la calidad de la información, el museo decidió complementar el recorrido propuesto con una serie de actividades y vivencias.
Los “Mañanas” son el momento siguiente de la jornada, definido por la pregunta “¿Hacia dónde vamos?”. Las simulaciones, estimativas y proyecciones asociadas a esa etapa están dispuestas en un origami. En él están demarcadas tres áreas, presentando seis tendencias que van a moldar el futuro en las próximas décadas. Las áreas demarcadas tratan del convivir (sociedad), del vivir (planeta) y del ser (persona). Las seis tendencias son las modificaciones del clima, sobre las cuales no hay más dudas; el aumento de la población mundial en cerca de 3 millardos de personas en los próximos cincuenta años; la integración y diferenciación de los pueblos, regiones y personas; la alteración de los biomas; el aumento del número, de la capacidad y de la variedad de los artefactos producidos por nosotros; y, por último, la tendencia a la expansión del conocimiento.
Cada una de esas tendencias promete alterar profundamente nuestra vida en su sentido más cotidiano, confrontándonos siempre con cuestiones políticas y opciones éticas. La gran mayoría de esos nuevos 3 millardos de habitantes del planeta se sumará a la población del cinturón tropical, donde se encuentran los países más pobres del globo. Al lado de la cuestión ambiental, la desigualdad será uno de los grandes retos que la humanidad deberá enfrentar conjuntamente. Además de más numerosos, seremos también más longevos: en un hecho biológico decisivo, a cada cinco años a lo largo del siglo XX conquistamos un año de expectativa de vida. En un siglo, conquistamos 25 años. Contar con abuelos presentes y activos en la familia es hoy algo banal, pero durante la mayor parte de la historia de la humanidad fueron figuras raras. Esa extensión de la longevidad y el gran número de personas de edad a que corresponde, nos obligará a encarar una nueva realidad en lo que se refiere al mercado de trabajo, y toda la organización de nuestra vida productiva tendrá que ser modificada.
Las otras tendencias nos confrontarán con dilemas igualmente desafiadores. Si en un mundo cada vez más interconectado están establecidas hoy las condiciones para el surgimiento de una cultura planetaria, urbanizada, estructurada en torno de mega ciudades, ese contexto, por otro lado, llevará probablemente a una reacción de los que van a preferir recogerse a su propia cultura. ¿Cómo administrar esas tensiones? ¿Cómo administrar ciudades de 40 millones de habitantes o más? Los impactos sobre los biomas también ejercerán sobre la economía efectos que mal comenzamos a evaluar. La actual tendencia a la miniaturización de los componentes electrónicos es irreversible: por ejemplo, los circuitos de los dispositivos que hoy cargamos en los bolsillos en breve podrán ser tatuados en nuestra piel – ya se ha patentado la idea – y sus chips integrados directamente a nuestro sistema nervioso. Y la adquisición del conocimiento describe hoy una curva aceleradísima: la cantidad de datos que disponemos sobre varios campos del conocimiento se están acumulando exponencialmente. Los especialistas evalúan, por ejemplo, que a cada tres años, aproximadamente, dobla la cantidad de datos disponibles sobre química.
Con base en esas tendencias, los visitantes podrán visualizar diferentes escenarios futuros, cada uno de ellos siendo la probable consecuencia de un determinado curso de acción que adoptemos hoy. Nuestra opción al trazar el cuadro de perspectivas posibles fue adoptar una postura realista, evitando tanto un optimismo ingenuo y una visión catastrofista, que vería como irrelevante la intervención humana. Al contrario, creemos que – en medio a esa vasta tela formada por causas y consecuencias – existen alternativas, diversas y abiertas, y que estas pueden ser vislumbradas a partir de las contribuciones de los especialistas que colaboraron con el contenido presentado por el museo.
Sin olvidarnos que nuestro personaje central es la humanidad, procuramos presentar esas alternativas y posibilidades en una perspectiva histórica a través de juegos, entre ellos el Juego de las Civilizaciones, basado en un modelo estudiado por la Nasa. Examinando ejemplos del pasado, como las experiencias de la civilización Han, en China, los mayas o los vikingos, es posible interpretar la evolución de las civilizaciones a partir de variables como el consumo de los recursos, el tamaño de la población y la desigualdad. En el juego, tenemos el poder de controlar ciertos parámetros que pueden preservar o debilitar una civilización.
Laboratorio de Actividades del Mañana
Plataforma de experimentación interdisciplinaria y de exhibición de proyectos innovadores.
El Museo del Mañana posee un área especialmente dedicada a la innovación y a la experimentación: el Laboratorio de Actividades del Mañana (LAA, LAM en español). Su misión es contribuir a que el museo sea vivo, en proceso de permanente reinvención.
Espacio de encuentros interdisciplinarios para el arte, la ciencia y la tecnología, el LAA valora la introducción y la adopción de nuevas herramientas, nuevos procesos e innovaciones de ideas e iniciativas. Provoca al público para que de un simple consumidor se transforme en un creador: seres capaces de producir prototipos de soluciones de impacto para su vida y para el mundo, y así inventar futuros posibles. Lanzando un puente entre el pensar y el hacer, entre el imaginar y el realizar, el Laboratorio de Actividades del Mañana explora oportunidades y retos en un universo de cambios continuos y cada vez más acentuados.
Compuesto por un espacio dedicado a la producción y experimentación colectiva, que cuenta con variados recursos y equipos de apoyo para la creación, posee un ambiente para exposiciones, presentación de proyectos y exhibición de prototipos, el LAA también se apropia de locales dentro y fuera del museo como desdoblamientos expandidos de su programación.
El emprendedorismo, el impacto de las «tecnologías exponenciales» – como inteligencia artificial, internet de las cosas, robótica, genómica, impresión 3D, nano y biotecnología – y la exploración de escenarios futuros son los temas centrales del LAA. Su actuación incluye cuatro frentes: educación (cursos y talleres), actividades (llamadas creativas y proyectos de ‘ciencia ciudadana’, entre otras), programa de residencia creativa y exposiciones.
La última etapa etapa del trayecto es “Nosotros”, estructurada alrededor del ambiente de una choza, que simboliza una casa del conocimiento indígena, en la cual los miembros de las familias y clanes de la tribu se reúnen y donde los más antiguos repiten para los más jóvenes las leyendas, las narraciones, las historias que componen el fundamento de su cultura. Después de tener esas vivencias de la inmensidad y de la variedad del Cosmos, de las informaciones y experiencias en torno de los dilemas que enfrentamos, es el momento de examinarnos a nosotros mismos para reflexionar sobre cómo queremos vivir con el mundo – por la sostenibilidad – y con los otros – por la convivencia. Aquí no se da énfasis a la información, sino a los valores que ofrecemos a la ponderación del visitante.
Bienvenido a esta
jornada de la ciencia,
de las experiencias,
de las posibilidades.
Y recuerde: en algún lugar,
en este exacto momento,
ya está amaneciendo.
El amanecer
siempre vuelve,
es siempre el mismo,
pero cada vez
es siempre diferente.
El mañana comienza hoy
Es en este espacio, también, que el visitante encuentra uno de los pocos objetos físicos integrantes del acervo del museo: un churinga. Ese artefacto de los aborígenes australianos, de apariencia, para nosotros, enigmática, es, en realidad, una herramienta. Con todo, no sirve para agujerear o cortar: se trata de un utensilio simbólico. Sirve, para aquel pueblo, como una herramienta temporal, para asociar el pasado al futuro. Al morir, un integrante de la comunidad su alma es conservada en el churinga, donde permanece hasta que pueda encarnar en otro miembro del grupo. El churinga representa, así, la propia continuidad del pueblo y de su cultura. Por caminos y acasos misteriosos, el delgado objeto de madera labrada dejó en algún momento el árido desierto australiano en el siglo XIX para aterrizar en el muelle de la plaza Mauá, en pleno siglo XXI. Curiosamente, su diseño básico es bastante semejante a la forma concebida por el arquitecto Santiago Calatrava. Coincidencia, destino, forma: todo conspira, por lo tanto, para que ese sea un símbolo muy apropiado para la misión que se propone el Museo del Mañana: conectar en el presente, el pasado y el futuro.