MAÑANAS

13 Ciudades
conectadas:
la polinización
humana

Las metáforas son innumerables: las ciudades como hormigueros, laberintos, fortalezas, un superorganismo, cerebro, red de redes, caos... Ellas son todo eso al mismo tiempo, pero en el futuro necesitarán ser, sobre todo, inteligentes.

Las grandes ciudades fueron organizándose, a lo largo de la historia, en forma de redes y sistemas cada vez más complejos, como fruto de la interconexión de las personas, de las transacciones comerciales, de las tecnologías e informaciones. Ellas están atravesadas por redes de comercio y transporte, de infraestructura, máquinas, además de sistemas de energía eléctrica y de comunicación.1 Una frase del historiador Lewis Mumford, en su libro La ciudad en la historia, nos recuerda que los aglomerados urbanos no pueden dejar de ser vistos como “una estructura especialmente equipada para almacenar y transmitir los bienes de la civilización”.2 Pero esos bienes solo pudieron ser producidos porque las ciudades se transformaron, en las palabras del científico Steven Johnson, en una especie de interfaz que permitió que los individuos pusieran sus inteligencias en contacto, en un tipo de polinización cruzada.3 Eso posibilitó no apenas el aumento del flujo de ideas, sino también la preservación de aquellas que serían esenciales para el desarrollo de la civilización. Ya durante los dos primeros siglos de las antiguas poblaciones urbanas es posible encontrar invenciones que fueron cruciales para el desarrollo de nuestra civilización, tales como el cultivo de granos, el arado, el torno de alfarero, el velero, el telar, la metalurgia del cobre, la matemática abstracta, la observación astronómica, el calendario. Las ciudades almacenan y transmiten nuevas ideas para toda la población, asegurando que, una vez inventadas, las nuevas tecnologías no desaparecerán.

Pero, si las ciudades pueden ser vistas como fuente de recursos e información, también no dejan de ser un espacio privilegiado para vivir y convivir. Ocurre que los patrones actuales de crecimiento económico han generado un enorme descompás entre la búsqueda, siempre creciente de los individuos por recursos e información, y, simultáneamente, la capacidad de toda la infraestructura de las ciudades para sostener esa demanda.

Eso acaba impactando varias dimensiones de la vida y del medio ambiente. Los procesos migratorios, el crecimiento demográfico, la producción, la distribución y el consumo de bienes materiales industrializados y de recursos naturales son factores que afectan directamente el equilibrio de las ciudades. Además, el modelo de gestión de las metrópolis, basado en administraciones centralizadas, ha sido el mismo durante siglos. Con todo, ya es visible, sobre todo en las megalópolis, el agotamiento del modelo de gobernabilidad que conocemos, tal es la complejidad alcanzada por ese superorganismo al iniciarse el siglo XXI y, con eso, los enormes retos de gestión de todos los procesos humanos y materiales.

Las ciudades evolucionaron de estructuras simples para organismos complejos. Pero esos organismos, a pesar de haber llegado al final del siglo XX disponiendo de un avanzado “sistema nervioso” digital, representado por la informática y la internet, aún no habían alcanzado la producción metafórica del “pensamiento”. Eso significa que las ciudades, en el futuro próximo, no apenas serán capaces de almacenar y transmitir informaciones para su población ­ sus “células” ­, sino que también serán capaces de formarse una idea al respecto de sí mismas, una especie de consciencia de su estado actual. Las cosas, los lugares, la atmósfera, los transportes deberán recibir un sistema digital que les dará informaciones sobre cómo las personas están interactuando con todo lo que está a su alrededor, y cómo cada una de esas cosas pueden intercambiar señales para indicar su situación presente. Con eso, ellas deben precisar cada vez menos (pero no prescindir) de un sistema de gestión centralizado. Progresivamente, se deben alcanzar niveles de autogestión de varios procesos que circulan por sus vías: la distribución de recursos como agua y energía, la emisión de contaminantes en la atmósfera, de residuos en el medio ambiente, el desplazamiento de personas en la ciudad, la logística de entrega de mercancías. Simultáneamente, los individuos podrán estar cada vez más conscientes de los efectos de sus acciones sobre la ciudad como un todo. Ellos conseguirán percibir los impactos causados por sus decisiones personales en niveles ambientales, sociales y políticos.

Ejemplos de ciudades inteligentes ya pueden ser encontrados en algunos países. Uno de ellos es el Distrito de Negocios Internacionales de Songdo, proyecto que está en marcha en Corea del Sur. Actualmente tiene 70 mil habitantes, los residuos de las casas son enviados directamente por una red de túneles subterráneos hasta las estaciones de tratamiento. Los automóviles poseen chips conectados a una central que detecta si muchos harán un recorrido semejante, y toma providencias para evitar embotellamientos. Otro ejemplo de ciudad inteligente es Dongtan, en China, país donde se prevé que en 2050 serán 1,12 millardo de habitantes en áreas urbanas. Cuenta con energía renovable, transportes que emiten cero carbono, tratamiento y reciclaje del agua, entre otras iniciativas sostenibles. Un tercer ejemplo es Masdar, en Abu Dabi, ciudad proyectada para ser totalmente sostenible, con 100% de energía renovable, cero de emisión de carbono y un sistema de transporte eléctrico que opera en el subsuelo.

El número de migrantes climáticos sería de por lo menos 200 millones hasta 2050, pudiendo llegar a 700 millones en los peores escenarios. Caso no hagamos nada, esa podrá ser la mayor migración humana ya registrada en la historia. Sin grandes inversiones en cuestiones relacionadas con la migración, como vivienda, educación y servicios de salud, los problemas de integración de los migrantes en otros países serán más agudos que hoy.

Pero si las visiones de futuro indican ciudades sostenibles, con sistemas de autorregulación de sus procesos por todas partes, con áreas verdes equilibrando los espacios construidos, con todo lo que podríamos imaginar de inteligente para un espacio urbano, varios informes de organizaciones internacionales muestran que la previsión para la ciudad del mañana no sigue esa dirección.

Los flujos migratorios que afectan las estructuras de las ciudades y, simultáneamente, las transforman en lugares multiculturales están entre los factores que más deben contribuir para aumentar la complejidad de las megalópolis. De acuerdo con los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD),4 el crecimiento de la población global esperado para 2050 debe alcanzar cerca de 9,3 millardos de personas, siendo que 97% de ese aumento será en países en desarrollo. En ese mismo año, más de 70% de la población mundial estará viviendo en centros urbanos. Migrantes que cruzan fronteras buscando trabajo y una vida mejor pueden exceder los 400 millones, 7% de la población actual del globo, hasta 2050. Las informaciones son parte de un informe divulgado por la Organización Internacional para la Migración (IOM) ,5 con sede en Ginebra, que afirma que ese aumento es una tendencia inexorable e inevitable, con números crecientes de personas disputando pocos empleos en países en desarrollo y huyendo de los efectos de los cambios del clima.

En ese último caso, un informe de la misma institución explica que los movimientos población ya comenzaron y pueden ser mucho mayores de lo se estimó originalmente. El número de migrantes climáticos sería de por lo menos 200 millones hasta 2050, pudiendo llegar a 700 millones en los peores escenarios. Caso no hagamos nada, esa podrá ser la mayor migración humana ya registrada en la historia. Sin grandes inversiones en cuestiones relacionadas con la migración, como vivienda, educación y servicios de salud, los problemas de integración de los migrantes en otros países serán más agudos que en la actualidad.

Todo ese desplazamiento humano, fruto de las migraciones resultantes de los factores más diversos, acaba favoreciendo el crecimiento de las metrópolis rumbo a la formación de mega regiones, o el surgimiento de la llamada “ciudad sin fin”, fenómeno que parece irreversible actualmente. Hoy en día, más de la mitad de la población global vive en regiones urbanas. Como ya se dijo, en 2050, 70% de la población estará viviendo en zonas urbanizadas. De acuerdo con esa tendencia de la ciudad sin fin, y según el informe de 2010 de la Agencia para los Asentamientos Humanos (UN-Habitat), intitulado “State of the World's Cities”,6 las mega ciudades mundiales están fundiéndose para formar vastas “mega regiones” que pueden extenderse por centenas de kilómetros entre los países, acumulando más de 100 millones de personas. Ese fenómeno podría ser uno de los más significativos en relación al desarrollo ­ y a los problemas ­ de la forma cómo las personas van a vivir y cómo las economías deberán crecer nos próximos 50 años.

Las mayores mega regiones, que están en la vanguardia de la rápida urbanización que asola al mundo, son Hong Kong-Shenhzen-Guangzhou, en China, donde viven cerca de 120 millones de personas; Nagoya, Osaka-Kioto-Kobe, en Japón, que debe llegar a 60 millones de personas en 2015; y Río de Janeiro-São Paulo, región con 43 millones de personas en Brasil. El crecimiento de las mega regiones y municipios está provocando una inédita expansión urbana, con el surgimiento de nuevas favelas, el desarrollo desequilibrado y la desigualdad de renta, ya que más y más personas están mudándose para ciudades-satélite o dormitorio. Ese fenómeno, debido a las aglomeraciones urbanas, debe acentuarse en los próximos cuarenta años, ya que la tendencia de la formación de megalópolis es considerada irreversible.

Finalmente, es necesario destacar el complejo desdoblamiento cultural que el flujo poblacional, conjuntamente con la enorme expansión urbana prevista para las próximas décadas, traerá consigo, posibilitando una amplia interconexión cultural. Un informe de Unesco7 sobre las tendencias en el siglo XXI indica importantes aspectos que deben pesar en la relación entre las diversas culturas del planeta. La intolerancia, la xenofobia, el racismo y la discriminación vuelven a aparecer, a veces de forma violenta, incluso con genocidios que son justificados en nombre de la pertenencia religiosa, nacional, cultural y lingüística.

Las mayores mega regiones, que están en la vanguardia de la rápida urbanización que asola el mundo, son Hong Kong Shenhzen-Guangzhou, en China, donde viven cerca de 120 millones de personas; Nagoya, Osaka-Kioto Kobe, en Japón, que debe llegar a 60 millones de personas en 2015; y Río de Janeiro-São Paulo, región con 43 millones de personas en Brasil.

El crecimiento urbano en la mayoría de las megalópolis y de las metrópolis en 2050, puede causar enormes impactos en la vida urbana, en el consumo de recursos y bienes y también, del punto de vista social, en el acceso al trabajo, en la exclusión de minorías y en los derechos humanos. Esos varios escenarios de la vida urbana en 2050, nos llevan a cuestionar si caminamos rumbo al choque o a la mezcla cultural y étnica. En la ciudad del mañana, ¿habrá hegemonía de una cultura sobre las otras? En las ciudades inteligentes o en los hormigueros humanos, debemos preguntarnos siempre si la ciudad favorecerá el pluralismo cultural, el diálogo y el encuentro entre las culturas.

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