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Humanidad y
biodiversidad:
el riesgo de
extinción de
especies en el
ecosistema
terrestre
- Maria Alice Dos Santos Alves ALVES es profesora asociada del Departamento de Ecología de la “Universidade do Estado de Rio de Janeiro” (Uerj), investigadora de “CNPq”, científica de “Nosso Estado da Faperj” y pro-científica de la Uerj. Se graduó en ciencias biológicas en la Universidad de Brasilia (UnB), obtuvo la maestría en ecología en la “Universidade Estadual de Campinas (Unicamp)”, el doctorado en ecología en la “University of Stirling” (U.K.) y el posdoctorado en Duke University (EE.UU). Integró la dirección de la Sociedad Brasileña de Ornitología, fue miembro del Comité de Asesoramiento de CNPq (ecología-limnología) y del “Comitê Estadual da Reserva da Biosfera da Mata Atlântica” en el estado de Río de Janeiro.
Nuestro planeta Tierra, único en este inmenso Universo en el cual sabemos que existe vida, contiene una enorme multiplicidad de seres vivos, que llamamos de biodiversidad, o diversidad biológica. Para tener una idea de esta riqueza, basta pensar en las estimativas que muestran cerca de 10 millones de especies viviendo actualmente en la Tierra, excluyendo microbios y subestimando especies de pequeño tamaño, así como las que viven en locales de difícil acceso para los humanos, como los océanos. El total de especies identificadas y con nombres científicos gira en torno de 1,5 millones, siendo que algunas estimativas recientes indican 1,75 millones (incluyendo cerca de 100 mil vertebrados terrestres, plantas con flores e invertebrados con alas o conchas). De ese total, las aves y los mamíferos son relativamente los más conocidos, totalizando cerca de 10 mil y 4,3 mil especies, respectivamente, y nuevas especies continúan siendo descubiertas. En relación a las especies marinas, apenas 250 a 300 mil fueron descritas y aún faltan muchas por descubrir. [1].
Ya en relación a nosotros, los seres humanos, aunque hayamos aparecido recientemente en la escala del tiempo evolutivo en este planeta, hemos ocupado prácticamente todos los ambientes terrestres. El proceso de cambios económicos y sociales de la Revolución Industrial (en los siglos XVIII y XIX), que tuvo como consecuencia el aumento de la productividad de alimentos y de la expectativa de vida, también desencadenó un elevado crecimiento de la población. En las últimas décadas, esa mayor presencia de los humanos en la Tierra provocó una intensificación de la acción humana sobre la naturaleza, incidiendo en una acelerada remoción y degradación ambiental, que se traducen en fuertes presiones para la pérdida de la biodiversidad.
Si consideramos los últimos quinientos años, 844 especies fueron consideradas extintas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (International Union for Conservation of Nature IUCN). De ese total, aunque durante las últimas dos décadas las extinciones también fueron frecuentes en el continente, la mayoría de las extinciones registradas ocurrió en islas oceánicas. [2]
Para constatar una extinción local, no precisamos ir muy lejos. Un ejemplo en el estado de Río de Janeiro es sinsonte tropical, Mimus gilvus, conocido por su canto, muy apreciado por los humanos. Durante la colonización de Brasil, esa ave era encontrada a lo largo de toda la costa del estado, pero actualmente hay poblaciones establecidas en apenas cuatro áreas de restinga de la región, donde la especie está amenazada debido a la pérdida de su hábitat (restinga) y por la captura ilegal.[3]
Científicos consideran que la actual tasa de extinción de las especies es, en media, entre cien y mil veces mayor que en los niveles prehumanos, y está en vías de ser, en media, 10 mil veces más elevada.4 Esos valores, considerados muy altos, indican que la situación en los últimos años es de extinción rápida, con tendencia a la aceleración. Delante de esta realidad, se puede decir que la extinción de especies, aunque sea un evento que ocurra naturalmente y que es irreversible, se ha dado en una escala sin precedentes por presión humana.
La actual tasa de extinción de especies es, en media, entre cien y mil veces mayor que en los niveles prehumanos, y está en vías de ser, en media, 10 mil veces más elevada. Esos valores, considerados muy altos, indican que la situación en los últimos años es de extinción rápida, con tendencia a la aceleración.
Además de los ya frecuentes tsunamis, tornados y huracanes, hemos sido testigos, de cada vez más, cambios climáticos resultantes de esas alteraciones ambientales propiciadas por los seres humanos, que causan desastres como crecidas y secas extremas. Además de la pérdida del hábitat (con su consecuente fragmentación) y de los cambios climáticos que amenazan varias especies (particularmente las endémicas), [5] existe otro factor agravante, la gran amenaza hoy en día: las especies exóticas e invasoras. Ellas pueden tener un impacto muy negativo para la sobrevivencia de varias especies, particularmente las nativas y con hábitat restricto.
Como se sabe, un ecosistema es críticamente dependiente de la biodiversidad, o sea, de las especies y poblaciones que lo constituyen, y su buen funcionamiento es vital para mantener las especies en el planeta, porque determina que ellas puedan proveer bienes y servicios ambientales. Cuando una especie se extingue, es probable que suceda lo mismo con muchas otras, las cuales interactúan en los ecosistemas formando redes alimenticias, por ejemplo.
Para entender qué es un ecosistema, debemos tener en cuenta no solo el conjunto de seres vivos sino también las interacciones que establecen entre sí (como los efectos que las diversas poblaciones causan unas sobre las otras) y con el ambiente físico (como temperatura, precipitación o lluvia y viento). En otras palabras, los ecosistemas están formados por todas las partes del mundo físico y biológico en que interactúan.
Entre esas interacciones, las que se establecen entre organismos pueden ser consideradas positivas o negativas en el sentido de aumentar o disminuir los tamaños de las poblaciones, respectivamente. Por lo tanto, las interacciones entre especies (como competición, acción predatoria, parasitismo, mutualismo y comensalismo) son múltiples y permiten que haya una red entre ellas. Son moldadas por la evolución y ocurren naturalmente en un ecosistema.
La mayor parte de las veces, las intervenciones positivas humanas procuran revertir o neutralizar intervenciones negativas realizadas directa o indirectamente por los propios seres humanos, como la destrucción y la degradación ambiental, que lleva especies a la amenaza de extinción y, por lo tanto, a la pérdida de la biodiversidad.
También las intervenciones externas, como las que han realizado los seres humanos, pueden ser positivas o negativas. Sin embargo, la realidad es que la mayor parte de las veces las intervenciones humanas positivas procuran revertir o neutralizar intervenciones negativas realizadas directa o indirectamente por los propios seres humanos, como la destrucción y la degradación ambiental que amenazan de extinción a varias especies y, por lo tanto, causan pérdida de biodiversidad. Un ejemplo de intervención positiva con que se intenta revertir ese cuadro negativo es el manejo que permite incrementar el tamaño poblacional de alguna especie amenazada, o aún disminuir o controlar una especie exótica o invasora.
Si miramos hacia el futuro, situándonos delante del escenario actual de amenaza a la biodiversidad por la acción humana, podemos prever para los próximos 50 años cambios que pueden ser graduales o bruscos. Entre los cambios que pueden ocurrir gradualmente están las alteraciones de distribución de especies en función de cambios climáticos, como el aumento de la temperatura. Además, aún para especies con amplia distribución, puede haber pérdida de biodiversidad en los límites de sus distribuciones, mediante la extinción local (de parte de las poblaciones de una especie, con la consecuente pérdida de diversidad genética). Como la mayoría de los servicios ambientales o ecosistémicos (beneficios proporcionados por la naturaleza) depende de la biodiversidad, la pérdida de poblaciones locales puede causar una reducción de esos servicios, tales como la polinización y la dispersión de semillas realizadas por diferentes grupos animales, como aves y mamíferos.
En relación a los cambios bruscos, en las próximas cinco décadas podremos perder gran parte de las especies amenazadas y con distribución muy restricta. Eso puede ocurrir principalmente por la pérdida del hábitat, pero también debido a la introducción de especies exóticas e invasoras (cuyos efectos pueden ser devastadores) y a los cambios climáticos (aumento de temperatura y consecuente aumento del nivel de los océanos).
Aunque previsiones de extinción de especies sean de difícil realización debido a las innumerables variables involucradas, investigadores han mostrado que cambios climáticos globales resultarán en la extinción de un número considerable de especies en las próximas décadas. Para diversos grupos de plantas y animales investigados, existen estimativas de que 15% a 37% de esas especies se extingan como resultado de los efectos directos o indirectos (alteración del hábitat) del escenario de calentamiento previsto para 2050.6 Algunas especies de flora y fauna, particularmente endémicas y restrictas a pequeñas porciones de ambientes costaneros, por ejemplo, pueden ser susceptibles de extinción en este período.
Una de las cuestiones surgidas delante de este escenario es saber hasta cuándo nuestra especie vivirá de forma sostenible en este planeta si continuamos alterando la naturaleza como lo hacemos actualmente. Para revertir ese cuadro serían necesarias acciones como actividades de sensibilización de la sociedad sobre esas amenazas, programas gubernamentales para monitorizar las especies particularmente las amenazadas o endémicas y también actividades de manejo de especies exóticas e invasoras.
A la pregunta “¿cómo será el mañana?” podemos responder que será consecuencia de lo que hagamos hoy. Si reducimos las presiones negativas actuales, podremos evitar los escenarios más pesimistas de las previsiones científicas. Actitudes como pensar, planear y actuar localmente pueden resultar en acciones globales. Concienciar al ser humano para que se sienta como uno más entre los demás seres vivos es vital para que podamos preservar el patrimonio más precioso que tenemos en el planeta, que es la biodiversidad de la cual formamos parte.
[1] Para las estimativas mencionadas, ver Stuart Leonard Pimm et al., “What is Biodiversity?”, in Eric Chivian y Aaron Bernstein (orgs.), Sustaining Life: How Human Health Depends on Biodiversity, Oxford: Oxford University Press, 2008, p. 3-27.
[2] Idem.
[3] Mariana S. Zanon et. al., “Missing for the Last Twenty Years: The Case of the Southernmost Populations of the Tropical Mockingbird Mimus gilvus (Passeriformes: Mimidae)”, in Zoologia, vol. 32, 2015, p. 1-8. 4 Stuart Leonard Pimm et al., op. cit.
[4] Stuart Leonard Pimm et al., op. cit.
[5] Especies endémicas son aquellas restrictas a determinado hábitat y, por lo tanto, más susceptibles de extinción. 6 Chris D. Thomas et al., “Extinction Risk from Climate Change”, Nature, vol. 427, 2004, p. 145-148.